miércoles, 9 de noviembre de 2011

“A cada uno según su capacidad”


Comentario al Evangelio del Domingo XXXIII Ordinario–Ciclo A (Mateo 25, 14-30)–13 de noviembre de 2011:

Es como un hombre que partía al extranjero; antes llamó a sus sirvientes y le encomendó sus posesiones. A uno le dio cinco monedas de oro, a otro dos, a otro uno; a cada uno según su capacidad. Y se fue.

Inmediatamente el que había recibido cinco monedas de oro negoció con ellas y ganó otras cinco. Lo mismo el que había recibido dos monedas de oro, ganó otras dos. El que había recibido una moneda de oro fue, hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.

Pasado mucho tiempo se presentó el señor de aquellos sirvientes para pedirles cuentas. Se acercó el que había recibido cinco monedas de oro y le presentó otras cinco diciendo: Señor, me diste cinco monedas de oro; mira, he ganado otras cinco. Su Señor le dijo: Muy bien, sirviente honrado y cumplidor; has sido fiel en lo poco, te pongo al frente de lo importante. Entra en la fiesta de tu señor.

Se acercó el que había recibido dos monedas de oro y dijo: Señor, me diste dos monedas de oro; mira, he ganado otras dos. Su señor le dijo: Muy bien, sirviente honrado y cumplidor; has sido fiel en lo poco, te pondré al frente de lo importante. Entra en la fiesta de tu señor.

Se acercó también el que había recibido una moneda de oro y dijo: Señor, sabía que eres exigente, que cosechas donde no has sembrado y reúnes donde no has esparcido. Como tenía miedo, enterré tu moneda de oro; aquí tienes lo tuyo. Su señor le respondió: Sirviente indigno y perezoso, si sabías que cosecho donde no sembré y reúno donde no esparcí, tenías que haber depositado el dinero en un banco para que, al venir yo, lo retirase con los intereses. Quítenle la moneda de oro y dénsela al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, y al que no tiene se le quitará aun lo que tiene. Al sirviente inútil expúlsenlo a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el crujir de dientes.


Hace unos días me llegó este mensaje por el correo electrónico: “Aquel día lo vi distinto. Tenía la mirada enfocada en lo distante. Casi ausente. Pienso ahora que tal vez presentía que ese era el último día de su vida. Me aproximé y le dije: ¡Buen día, abuelo! Él extendió su silencio. Me senté junto a su sillón y luego de un misterioso instante, exclamó: ¡Hoy es día de inventario, hijo! ¿Inventario? pregunté sorprendido. Si... ¡El inventario de las cosas perdidas! me contestó con cierta energía y no sé si con tristeza o alegría. Y prosiguió: En el lugar de donde yo vengo las montañas quiebran el cielo como monstruosas presencias constantes. Siempre tuve deseos de escalar la más alta, nunca lo hice, no tuve tiempo ni la voluntad suficiente para sobreponerme a mi inercia.

Recuerdo también a Mara, aquella chica que ame en silencio por cuatro años, hasta que un día se marchó del pueblo, sin yo saberlo. ¿Sabes algo? También estuve a punto de estudiar ingeniería, pero mis padres no pudieron pagarme los estudios. Además, el trabajo en la carpintería de mi padre no me permitía viajar. ¡Tantas cosas no concluidas, tantos amores no declarados, tantas oportunidades perdidas! Luego, su mirada se hundió aun más en el vacío y se humedecieron sus ojos.

Y continuó: – En los treinta años que estuve casado con Rita, creo que sólo cuatro o cinco veces le dije: "Te amo". Luego de un breve silencio, regresó de su viaje mental y mirándome a los ojos me dijo: – Este es mi inventario de cosas perdidas, la revisión de mi vida. A mí ya no me sirve. A ti sí. Te lo dejo como regalo para que puedas hacer tu inventario a tiempo.

Y luego, con cierta alegría en el rostro, continuó con entusiasmo y casi divertido: ¿Sabes qué he descubierto en estos días? ¿Qué, abuelo? Aguardó unos segundos y no contestó. Sólo me interrogó nuevamente: ¿Cuál es el pecado más grave en la vida de un hombre? La pregunta me sorprendió y sólo atine a decir, con inseguridad: No lo había pensado. Supongo que matar a otros seres humanos, odiar al prójimo y desearle mal. ¿Tener malos pensamientos, tal vez? Su cara reflejaba una negativa. Me miró intensamente, como marcando el momento y en tono grave y firme me señaló: El pecado más grave en la vida de un ser humano es el pecado por omisión. Y lo más doloroso es descubrir las cosas perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas.

Al día siguiente regresé temprano a casa, luego del entierro del abuelo, para realizar en forma urgente mi propio inventario de las cosas perdidas. El expresarnos nos deja muchas satisfacciones, así que no tengas miedo, y procura hacer lo que sabes que es bueno... antes de que sea demasiado tarde. Dile a ese ser: "Te amo, perdóname, me equivoqué”. Dile a Él: “Me arrepiento, Señor, por favor perdóname".

Muchas veces nos quedamos mirando a los que recibieron más, o a los que recibieron menos... Las monedas que hemos recibido, no son para guardarlas en un hoyo, sino para hacerlas producir, en la medida de nuestras capacidades. Carpe diem, decían los antiguos... Hay que aprovechar el día, cada día y hacer lo que tenemos que hacer.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J. Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana–Bogotá

No hay comentarios:

Publicar un comentario