martes, 15 de febrero de 2011

A la Comunidad Mundial CVX:


Es para mí una gran alegría el poder compartir con todos los miembros de la Comunidad de Vida Cristiana la celebración del nacimiento para el cielo de San Ignacio, hace 450 años, y de los nacimientos en este mundo de San Francisco Javier y del Beato Pedro Fabro, hace exactamente cinco siglos. En muchos lugares del mundo, los jesuitas están preparando celebraciones en honor de estos primeros compañeros, con toda clase de festejos y otras iniciativas, pero sobre todo con el gran deseo de recibir de esta fuente de espiritualidad una renovación del empuje apostólico que tenemos en común con la CVX casi desde sus orígenes. Todavía hoy la santidad de estos tres primeros jesuitas marca tanto la vida de la CVX como la nuestra.

Ignacio, el peregrino, era un laico cuando empezó a compartir con muchos otros laicos, que encontró por el camino, la experiencia de los Ejercicios Espirituales, vivida como un verdadero camino hacia Dios. Gracias a esta aventura, otros muchos hombres y mujeres siguen descubriendo lo que el Señor quiere de ellos y lo que Él desea construir junto con ellos para la verdadera vida del mundo. La CVX y los jesuitas son muy conscientes de que los Ejercicios Espirituales siguen enriqueciendo a sus comunidades con una innegable fuerza espiritual y con el don del discernimiento orante, para poder responder, de forma siempre nueva, a las preguntas que Ignacio formulaba: “qué he hecho por Cristo, qué hago por Cristo y qué debo hacer por Cristo”.

Aquí es donde entra en escena San Francisco Javier. Al hacer los Ejercicios Espirituales con Ignacio, no se hizo sordo al llamamiento de este Señor que pasaba de ciudad en ciudad y de casa en casa para anunciar la Buena Nueva. Cuando contemplamos a Francisco Javier, recorriendo a su vez los caminos de Asia hasta las puertas de China, nos sentimos estimulados, personalmente y en comunidad, a continuar la misión del Señor entre los hombres y mujeres de nuestro tiempo, que viven a nuestro alrededor o con nosotros. Demos gracias al Señor porque la CVX nunca ha abandonado, sino que más bien ha asumido siempre de manera cada vez más consciente su responsabilidad misionera en la vida de cada día, en el trabajo y en el ocio, en las alegrías y en las penas, en la celebración de la fe y en la promoción de la paz y la justicia.

Y es aquí también donde encontramos al Beato Pedro Fabro, acaso menos conocido por nosotros, pero muy estimado por Ignacio, que le consideraba el mejor especialista en los Ejercicios Espirituales, y por Francisco Javier de quien era un gran amigo. Viendo a Pedro Fabro recorrer la Europa de su tiempo, descubrimos la importancia primordial del acompañamiento espiritual, de persona a persona, de corazón a corazón. Al visitar una ciudad o un pueblo, buscaba siempre el contacto personal, el encuentro con el Señor, realizando así el deseo apostólico que Ignacio formulaba como “ayudar a los demás” a encontrar personalmente al Señor que les había llamado a la existencia y que siempre estará allí, para acogerlos luego para siempre en un cielo nuevo y una tierra nueva. Nuestra cultura nos hace muy sensibles ante todo lo que es visual y espectacular. Hace falta mucha audacia para creer en la fecundidad apostólica de la misión de encontrarse y compartir, de escuchar y aconsejar, de acompañar y “conversar”, tal como decían los primeros jesuitas. Y sin embargo así es como la verdadera vida cristiana puede crecer y llegar a ser comunión eclesial.

Ciertamente, la CVX y la Compañía de Jesús, siguiendo el espíritu de Ignacio, Javier y Fabro, viven y trabajan en comunión de oración y trabajo. Pero también hay que dar gracias al Señor de la viña por la gracia propia de la CVX. Como “Christi fideles laici”, plenamente insertados en la vida laical, tienen la misión de anunciar la buena noticia a todos los que están a su alrededor y cerca de ellos. Es una gran gracia en la Iglesia actual poder contemplar la floración de tantos movimientos eclesiales. En medio de tantas formas espirituales y apostólicas a través de las cuales se manifiestan la vocación y la misión de los “Christi fideles laici”, la CVX tiene también su justo lugar, por el vigor de una experiencia secular. San Ignacio no quiso nunca fundar una tercera orden, pero ya en su tiempo fomentó las asociaciones de fieles que deseaban vivir por su cuenta la experiencia de los Ejercicios Espirituales bajo una modalidad comunitaria, según las necesidades de la Iglesia en el mundo.

En el umbral de este año jubilar, que comenzará el próximo 3 de diciembre en el castillo de Javier (Navarra), me complace compartir con todos ustedes la inspiración de los ejemplos de San Ignacio, San Francisco Javier y el Beato Pedro Fabro, presente tanto en la CVX como entre los jesuitas. A todos les agradezco su comunión en la alegría de esta celebración conjunta “ad maiorem Dei gloriam”.

Fraternalmente en el Señor,

Peter-Hans Kolvenbach, S.J.
Prepósito General

Roma, 4 de noviembre de 2005

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