sábado, 28 de abril de 2012

Sean buenos, es decir: muy buenos


Aporte para la Homilía del domingo 29 de Abril de 2012
4ª Semana de Resurrección – CICLO “B”

En esta 4ª Semana de Resurrección, la Liturgia nos invita a profundizar en la personalidad del pastor bueno, del amigo bueno, del consejero bueno, es decir, el hombre y mujer que son buenos.
Un poco antes de este pasaje bíblico sobre el Buen Pastor (Jn. 10, 11-18), Jesús nos ha dicho: “Yo he venido para dar la vida a todos y para que la tengan en abundancia” (Jn. 10,10). Y es que Jesús está decidido a promover aquellas dinámicas humanas que generan vida.

En forma muy directa y con unas expresiones bien precisas, el evangelio del Buen Pastor describe la actitud del hombre y mujer que son buenos. Estas frases son: “da su vida”, “no huye ante el peligro o reto”, “le importan las ovejas”, “las conoce y es conocido”, “llama a los que no son de su círculo y lo escuchan”.

“Dar la vida”, es el modo de actuación del que lleva vida dentro, de quien tiene generosidad. Quien tiene el alma llena de generosidad es capaz de gastarse y arriesgarse por los demás, incluso hasta la muerte. Ni siquiera le importa si le piden o no esta generosidad suya. La da sin más.

“No huye”, ni escurre el bulto, es la actitud propia de quien se fía de Dios. El que no huye, muchas veces parece temerario. Pero, qué grande el hombre o la mujer que afrontan los retos o problemas, que dan la cara, y cuánto más por aquellas personas indefensas o que nadie está dispuesto a apostar por ellas. Qué grande la persona que afronta la dificultad con grandeza de corazón.

“Le importan las personas”, es el modo como actúa quien ha experimentado amor ¿Qué significa esto de que la gente me importe? ¿Será tan sólo el convencionalismo del debido saludo, del acercamiento rutinario, del respeto dispensado por formalidad? De ninguna manera. Me importa la gente, cuando me ubico en la realidad propia del otro, si lo reconozco, porque sólo así podré reconocerme a mí mismo.

“Conocer y ser conocido”, es la actitud del que se hace hermano, amigo y ofrece confianza desinteresadamente. Conocer y ser conocido es apertura, mostrándose sin ropajes ni fachadas. Conocer y ser conocido es lo que abre al encuentro, evitando que las diferencias creen barreras o separen, sino que permitan una mayor posibilidad de aproximación fraterna y fecunda. Para conocer y ser conocido hay que salir de sí mismo.

“Llama a los que no son de su círculo y lo escuchan”, es la actitud del que vive con autenticidad. Comunicarse con los que no son del propio círculo de pertenencia requiere la humildad de reconocerse un ser de necesidades y necesitado de los demás. Reunirse, compartir, estar a gusto con los que son de los míos, es muy bueno y necesario. Pero cuando me encuentro y me atrevo a vivir junto a los que me son ajenos, distantes o adversos, es cuando se despliega la gracia, logrando que la capacidad de comunicación y escucha adquiera un gran alcance.

Que Jesús resucitado nos enseñe a dar la propia vida sin preguntar en beneficio de quién la damos, sino que sea la pura respuesta generosa de quien se sabe pecador perdonado y amado por el pastor de la vida que es Jesús, nuestro Señor.

Gustavo Albarrán S.J.

SEAN BUENOS

Sean buenos: El cristiano y la cristiana debe ser ciertamente el hombre y la mujer de la santidad, de la fe, de la esperanza, de la alegría, de la palabra, del silencio, del dolor. Pero debe, sobre todo, ser bueno: debe ser el hombre y la mujer del amor… Buenos en su rostro, que deberá ser distendido, sereno y sonriente; buenos en su mirada, una mirada que primero sorprende y luego atrae. Buena, divinamente buena, fue siempre la mirada de Jesús… Buenos en su forma de escuchar. De este modo experimentarán, una y otra vez, la paciencia, el amor, la atención y la aceptación de eventuales llamadas.

Sean buenos en sus manos: Manos que dan, que ayudan, que enjugan las lágrimas, que estrechan la mano del pobre y del enfermo para infundir valor, que abrazan al adversario y le inducen al acuerdo, que escriben una hermosa carta a quien sufre, sobre todo si sufre por nuestra culpa; manos que saben pedir con humildad para uno mismo y para quienes lo necesitan, que saben servir a los enfermos, que saben hacer los trabajos más humildes. Buenos en el hablar y en el juzgar. Si son jóvenes, sean buenos con los ancianos y, si son ancianos, sean buenos con los jóvenes.
Sean contemplativos en la acción: Mirando a Jesús -para ser "imagen de Él"- sean, en este mundo y en esta Iglesia, contemplativos en la acción; transformen su actividad ministerial en un medio de unión con Dios. Estén siempre abiertos y atentos a cualquier gesto de Dios Padre y de todos sus hijos, que son hermanos nuestros.

Sean santos: El santo encuentra mil formas, … para llegar a tiempo allá donde la necesidad es urgente; el santo es audaz, ingenioso y moderno; el santo no espera a que vengan de lo alto las disposiciones y las innovaciones; el santo supera los obstáculos y, si es necesario, quema las viejas estructuras superándolas… Pero siempre con el amor de Dios y en la absoluta fidelidad a la Iglesia a la que servimos humildemente porque la amamos apasionadamente.

(Cf. Pedro Arrupe)

jueves, 26 de abril de 2012

Va con nosotros


Evangelio del IV Domingo de Pascua (B)(Jn 10,11-18)

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas. En cambio, el asalariado, el que no es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un asalariado no le importan las ovejas.

Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas. Tengo además otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor.

El Padre me ama porque doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita; yo la doy porque quiero. Tengo poder para darla y lo tengo también para volverla a tomar. Este es el mandato que he recibido de mi Padre”.


El símbolo de Jesús como pastor bueno produce hoy en algunos cristianos cierto fastidio. No queremos ser tratados como ovejas de un rebaño. No necesitamos a nadie que gobierne y controle nuestra vida. Queremos ser respetados. No necesitamos de ningún pastor.

No sentían así los primeros cristianos. La figura de Jesús buen pastor se convirtió muy pronto en la imagen más querida de Jesús. Ya en las catacumbas de Roma se le representa cargando sobre sus hombros a la oveja perdida. Nadie está pensando en Jesús como un pastor autoritario dedicado a vigilar y controlar a sus seguidores, sino como un pastor bueno que cuida de ellas.

El "pastor bueno" se preocupa de sus ovejas. Es su primer rasgo. No las abandona nunca. No las olvida. Vive pendiente de ellas. Está siempre atento a las más débiles o enfermas. No es como el pastor mercenario que, cuando ve algún peligro, huye para salvar su vida abandonando al rebaño. No le importan las ovejas.

Jesús había dejado un recuerdo imborrable. Los relatos evangélicos lo describen preocupado por los enfermos, los marginados, los pequeños, los más indefensos y olvidados, los más perdidos. No parece preocuparse de sí mismo. Siempre se le ve pensando en los demás. Le importan sobre todo los más desvalidos.

Pero hay algo más. "El pastor bueno da la vida por sus ovejas". Es el segundo rasgo. Hasta cinco veces repite el evangelio de Juan este lenguaje. El amor de Jesús a la gente no tiene límites. Ama a los demás más que a sí mismo. Ama a todos con amor de buen pastor que no huye ante el peligro sino que da su vida por salvar al rebaño.

Por eso, la imagen de Jesús, "pastor bueno", se convirtió muy pronto en un mensaje de consuelo y confianza para sus seguidores. Los cristianos aprendieron a dirigirse a Jesús con palabras tomadas del salmo 22: "El Señor es mi pastor, nada me falta... aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo... Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida".

Los cristianos vivimos con frecuencia una relación bastante pobre con Jesús. Necesitamos conocer una experiencia más viva y entrañable. No creemos que él cuida de nosotros. Se nos olvida que podemos acudir a él cuando nos sentimos cansados y sin fuerzas o perdidos y desorientados.

Una Iglesia formada por cristianos que se relacionan con un Jesús mal conocido, confesado sólo de manera doctrinal, un Jesús lejano cuya voz no se escucha bien en las comunidades..., corre el riesgo de olvidar a su Pastor. Pero, ¿quién cuidará a la Iglesia si no es su Pastor?

José Antonio Pagola

jueves, 19 de abril de 2012

Testigos


Lucas describe el encuentro del Resucitado con sus discípulos como una experiencia fundante. El deseo de Jesús es claro. Su tarea no ha terminado en la cruz. Resucitado por Dios después de su ejecución, toma contacto con los suyos para poner en marcha un movimiento de "testigos" capaces de contagiar a todos los pueblos su Buena Noticia: "Vosotros sois mis testigos". No es fácil convertir en testigos a aquellos hombres hundidos en el desconcierto y el miedo. A lo largo de toda la escena, los discípulos permanecen callados, en silencio total. El narrador solo describe su mundo interior: están llenos de terror; solo sienten turbación e incredulidad; todo aquello les parece demasiado hermoso para ser verdad.

Es Jesús quien va a regenerar su fe. Lo más importante es que no se sientan solos. Lo han de sentir lleno de vida en medio de ellos. Estas son las primeras palabras que han de escuchar del Resucitado: "Paz a vosotros... ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?".

Cuando olvidamos la presencia viva de Jesús en medio de nosotros; cuando lo hacemos opaco e invisible con nuestros protagonismos y conflictos; cuando la tristeza nos impide sentir todo menos su paz; cuando nos contagiamos unos a otros pesimismo e incredulidad... estamos pecando contra el Resucitado. No es posible una Iglesia de testigos.

Para despertar su fe, Jesús no les pide que miren su rostro, sino sus manos y sus pies. Que vean sus heridas de crucificado. Que tengan siempre ante sus ojos su amor entregado hasta la muerte. No es un fantasma: "Soy yo en persona". El mismo que han conocido y amado por los caminos de Galilea.

Siempre que pretendemos fundamentar la fe en el Resucitado con nuestras elucubraciones, lo convertimos en un fantasma. Para encontrarnos con él, hemos de recorrer el relato de los evangelios: descubrir esas manos que bendecían a los enfermos y acariciaban a los niños, esos pies cansados de caminar al encuentro de los más olvidados; descubrir sus heridas y su pasión. Es ese Jesús el que ahora vive resucitado por el Padre.

A pesar de verlos llenos de miedo y de dudas, Jesús confía en sus discípulos. Él mismo les enviará el Espíritu que los sostendrá. Por eso les encomienda que prolonguen su presencia en el mundo: "Vosotros sois testigos de esto". No han de enseñar doctrinas sublimes, sino contagiar su experiencia. No han de predicar grandes teorías sobre Cristo sino irradiar su Espíritu. Han de hacerlo creíble con la vida, no solo con palabras. Este es siempre el verdadero problema de la Iglesia: la falta de testigos.

José Antonio Pagola

22 de abril de 2012
3 Pascua (B)
Lucas 24, 35-48

miércoles, 18 de abril de 2012

V Centenario del jesuita Diego Laínez. cofundador de la Compañía de Jesús


El próximo 21 de abril se abre el V Centenario del nacimiento del jesuita Diego Laínez, cofundador de la Compañía de Jesús, compañero y sucesor de san Ignacio de Loyola.

Almazán, España, donde nació este jesuita, acogerá el próximo 21 de abril el acto de apertura del V Centenario del nacimiento del que fuera el segundo general de la Compañía de Jesús, informa en una nota la Compañía de Jesús.

Ciclos de conferencias, una exposición, una mesa redonda y eucaristías conmemorativas se sucederán en Almazán, Soria y Madrid. Laínez fue uno de los grandes jesuitas de la primera generación pero su figura ha quedado un poco ensombrecida entre las de san Ignacio de Loyola y san Francisco de Borja, primer y tercer general de la Compañía de Jesús, respectivamente.

El acto de apertura se iniciará a las 12 de la mañana con una solemne eucaristía en la iglesia de San Pedro de Almazán, presidida por el obispo de Osma-Soria, monseñor Gerardo Melgar Viciosa.
Después se inaugurará una placa conmemorativa en el colegio público que lleva su nombre y que se asienta en el terreno de la casa donde nació. Intervendrá en el acto el alcalde de Almazán José Antonio de Miguel, y en representación del padre general de la Compañía acudirá el asistente de Europa Meridional, el jesuita Joaquín Barrero. Concluirá con una ofrenda floral, un vino español y una visita guiada por la localidad.

El 25 de mayo tendrá lugar, en el Aula Magna Tirso de Molina de Soria, una mesa redonda sobre la figura de este jesuita. Estará presidida por Pilar González de Gregorio y Álvarez de Toledo, duquesa de Fernandina. Intervendrán Fernando del Ser, historiador de la Compañía de Jesús en Soria y el historiador Fernando García de Cortázar SJ. Y en mayo, agosto, y octubre tendrán lugar tres conferencias en el Aula de Cultura “San Vicente” de Almazán.

Del 15 de junio al 19 de agosto, se podrá ver la exposición “Diego Laínez, un humanista de Almazán en Trento” (en la iglesia de Nuestra Señora del Campanario de Almazán). Asimismo durante marzo y abril la universidad Comillas y el Aula Arrupe han ofrecido también conferencias sobre su figura.

La clausura se celebrará primero en Almazán el 7 de octubre, y luego en Madrid, el 21 de octubre, en la parroquia San Francisco de Borja de Madrid en la que reposan los restos de Laínez, ante los que se hará una ofrenda floral.

¿Quién fue el P. Diego Laínez? El mayor de los siete hijos de Juan Laínez e Isabel Gómez de León, nació en Almazán, Soria, en 1512 (se desconoce la fecha exacta). Descendía (probablemente en cuarta generación) de un judío converso. Muy poco sabemos de sus primeros años. Estudió letras en Sigüenza (1528) y filosofía en Alcalá de Henares (1528-1532), donde oyó hablar de Íñigo de Loyola. Viajó a París para estudiar Teología (1532-1536) y, hechos los Ejercicios Espirituales, se adhirió al proyecto religioso de Íñigo de Loyola. El 15 agosto de 1534, con un pequeño grupo de compañeros que compartían el mismo ideal, Laínez hizo voto de ir a Tierra Santa para predicar allí el evangelio en completa pobreza. El 15 de noviembre de 1536, acabados sus estudios, los nueve compañeros y primeros jesuitas salían de París, rumbo a Venecia, donde los esperaba Ignacio. En Roma recibieron el permiso de Paulo III para dirigirse a Tierra Santa y de nuevo en Venecia, todos los compañeros, excepto Alfonso Salmerón (aún muy joven), fueron ordenados sacerdotes. Por causa de la guerra con los turcos, Laínez y sus compañeros tuvieron que renunciar a la peregrinación a Tierra Santa y regresaron a Roma.

Una de las grandes misiones de Laínez tuvo lugar en el concilio de Trento, a donde llegó en mayo de 1546, junto a su compañero y gran amigo Alfonso Salmerón. Desde junio de 1547, Laínez predicó de nuevo en Florencia, Perusa, Siena, Venecia y Padua. En Nápoles hizo las diligencias para la erección de un colegio (1551) y fue capellán de las tropas del virrey Juan de Vega, en la expedición de 1550 contra los berberiscos. El 11 de junio de 1552, Ignacio le nombraba provincial de Italia.

Al fallecer Ignacio de Loyola (31 julio de 1556), Laínez era el candidato obvio para sucederle al frente de la Compañía. Con Laínez, la Compañía dio un impulso enorme a los centros educativos. Las peticiones de colegios durante su generalato se acerca al centenar, pero de éstas, Laínez aceptó sólo diez, optando claramente por la calidad frente a la cantidad.
Las misiones ocuparon un lugar principal en el interés de Laínez, quien dirigiéndose a sus hermanos lejanos, les comunicaba que había mandado hacer especiales oraciones por ellos a las casas de Roma y Europa.

Mientras tanto, el concilio de Trento había vuelto a ser convocado por Pío IV. El 8 de junio de 1562, Laínez que se encontraba con su secretario Polanco en Poissy, París, en un coloquio con los calvinistas, sale hacia Trento. Antes visita Cambrai, Tournai, Bruselas, Amberes y otras ciudades, donde había colegios jesuitas, para llegar el 13 agosto, y alojarse en una casa donde los jesuitas tenían una pequeña comunidad.

Pero el Concilio supuso una dura prueba para su salud física y psíquica. El 10 diciembre, en compañía de Salmerón, Polanco y Nadal, se puso de nuevo en camino para Roma. Pasaron por Padua y Venecia, Ferrara y Bolonia. Siguió a Imola, Forlí y Ancona, para llegar a Loreto; de ahí a Roma. El viaje había durado dos meses y dos días; Laínez se encontraba exhausto por las fatigas del camino y los rigores del invierno. Su mal estado de salud le obligó a una inactividad casi total en sus primeros meses de vuelta a Roma. Expiró el 19 enero de 1565.

A él se debe la institución de seis nuevas provincias en la Compañía de Jesús: Nápoles, Aquitania, Toledo, Lombardía, Rin y Austria. Bajo su generalato se alcanzó la cifra de tres mil jesuitas esparcidos por el mundo, fueron erigidos muchos colegios y otros consolidados en sus finanzas y dotados de cursos académicos. Por su influencia, la Compañía fue readmitida en Francia, y se abrieron las puertas de Polonia.

(ZENIT.org)

miércoles, 11 de abril de 2012

Recorrido hacia la fe


Evangelio
(Jn 20,19-31)
Lectura del santo evangelio según san Juan
Gloria a ti, Señor
Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar.”

Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.”

Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: ¡“Señor mío y Dios mío!” Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.

Otras muchas señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritas en este libro. Se escribieron éstas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.


Estando ausente Tomás, los discípulos de Jesús han tenido una experiencia inaudita. En cuanto lo ven llegar, se lo comunican llenos de alegría: "Hemos visto al Señor". Tomás los escucha con escepticismo. ¿Por qué les va creer algo tan absurdo? ¿Cómo pueden decir que han visto a Jesús lleno de vida, si ha muerto crucificado? En todo caso, será otro. Los discípulos le dicen que les ha mostrado las heridas de sus manos y su costado. Tomás no puede aceptar el testimonio de nadie. Necesita comprobarlo personalmente: "Si no veo en sus manos la señal de sus clavos... y no meto la mano en su costado, no lo creo". Solo creerá en su propia experiencia.

Este discípulo que se resiste a creer de manera ingenua, nos va a enseñar el recorrido que hemos de hacer para llegar a la fe en Cristo resucitado los que ni siquiera hemos visto el rostro de Jesús, ni hemos escuchado sus palabras, ni hemos sentido sus abrazos.

A los ocho días, se presenta de nuevo Jesús a sus discípulos. Inmediatamente, se dirige a Tomás. No critica su planteamiento. Sus dudas no tienen nada de ilegítimo o escandaloso. Su resistencia a creer revela su honestidad. Jesús le entiende y viene a su encuentro mostrándole sus heridas.

Jesús se ofrece a satisfacer sus exigencias: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos. Trae tu mano, aquí tienes mi costado". Esas heridas, antes que "pruebas" para verificar algo, ¿no son "signos" de su amor entregado hasta la muerte? Por eso, Jesús le invita a profundizar más allá de sus dudas: "No seas incrédulo, sino creyente".

Tomás renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo experimenta la presencia del Maestro que lo ama, lo atrae y le invita a confiar. Tomás, el discípulo que ha hecho un recorrido más largo y laborioso que nadie hasta encontrarse con Jesús, llega más lejos que nadie en la hondura de su fe: "Señor mío y Dios mío". Nadie ha confesado así a Jesús.

No hemos de asustarnos al sentir que brotan en nosotros dudas e interrogantes. Las dudas, vividas de manera sana, nos salvan de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, sin crecer en confianza y amor. Las dudas nos estimulan a ir hasta el final en nuestra confianza en el Misterio de Dios encarnado en Jesús.

La fe cristiana crece en nosotros cuando nos sentimos amados y atraídos por ese Dios cuyo Rostro podemos vislumbrar en el relato que los evangelios nos hacen de Jesús. Entonces, su llamada a confiar tiene en nosotros más fuerza que nuestras propias dudas. "Dichosos los que crean sin haber visto".

José Antonio Pagola

domingo, 8 de abril de 2012

Mensaje Urbi et Orbi de su Santidad Benedicto XVI, Domingo de Pascua 2012


Queridos hermanos y hermanas de Roma y del mundo entero

«Surrexit Christus, spes mea» – «Resucitó Cristo, mi esperanza» (Secuencia pascual).

Llegue a todos vosotros la voz exultante de la Iglesia, con las palabras que el antiguo himno pone en labios de María Magdalena, la primera en encontrar en la mañana de Pascua a Jesús resucitado. Ella corrió hacia los otros discípulos y, con el corazón sobrecogido, les anunció: «He visto al Señor» (Jn 20,18). También nosotros, que hemos atravesado el desierto de la Cuaresma y los días dolorosos de la Pasión, hoy abrimos las puertas al grito de victoria: «¡Ha resucitado! ¡Ha resucitado verdaderamente!».

Todo cristiano revive la experiencia de María Magdalena. Es un encuentro que cambia la vida: el encuentro con un hombre único, que nos hace sentir toda la bondad y la verdad de Dios, que nos libra del mal, no de un modo superficial, momentáneo, sino que nos libra de él radicalmente, nos cura completamente y nos devuelve nuestra dignidad. He aquí porqué la Magdalena llama a Jesús «mi esperanza»: porque ha sido Él quien la ha hecho renacer, le ha dado un futuro nuevo, una existencia buena, libre del mal. «Cristo, mi esperanza», significa que cada deseo mío de bien encuentra en Él una posibilidad real: con Él puedo esperar que mi vida sea buena y sea plena, eterna, porque es Dios mismo que se ha hecho cercano hasta entrar en nuestra humanidad.

Pero María Magdalena, como los otros discípulos, han tenido que ver a Jesús rechazado por los jefes del pueblo, capturado, flagelado, condenado a muerte y crucificado. Debe haber sido insoportable ver la Bondad en persona sometida a la maldad humana, la Verdad escarnecida por la mentira, la Misericordia injuriada por la venganza. Con la muerte de Jesús, parecía fracasar la esperanza de cuantos confiaron en Él. Pero aquella fe nunca dejó de faltar completamente: sobre todo en el corazón de la Virgen María, la madre de Jesús, la llama quedó encendida con viveza también en la oscuridad de la noche. En este mundo, la esperanza no puede dejar de hacer cuentas con la dureza del mal.

No es solamente el muro de la muerte lo que la obstaculiza, sino más aún las puntas aguzadas de la envidia y el orgullo, de la mentira y de la violencia. Jesús ha pasado por esta trama mortal, para abrirnos el paso hacia el reino de la vida. Hubo un momento en el que Jesús aparecía derrotado: las tinieblas habían invadido la tierra, el silencio de Dios era total, la esperanza una palabra que ya parecía vana.

Y he aquí que, al alba del día después del sábado, se encuentra el sepulcro vacío. Después, Jesús se manifiesta a la Magdalena, a las otras mujeres, a los discípulos. La fe renace más viva y más fuerte que nunca, ya invencible, porque fundada en una experiencia decisiva: «Lucharon vida y muerte / en singular batalla, / y, muerto el que es Vida, triunfante se levanta». Las señales de la resurrección testimonian la victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio, de la misericordia sobre la venganza: «Mi Señor glorioso, / la tumba abandonada, / los ángeles testigos, / sudarios y mortaja».

Queridos hermanos y hermanas: si Jesús ha resucitado, entonces –y sólo entonces– ha ocurrido algo realmente nuevo, que cambia la condición del hombre y del mundo. Entonces Él, Jesús, es alguien del que podemos fiarnos de modo absoluto, y no solamente confiar en su mensaje, sino precisamente en Él, porque el resucitado no pertenece al pasado, sino que está presente hoy, vivo. Cristo es esperanza y consuelo de modo particular para las comunidades cristianas que más pruebas padecen a causa de la fe, por discriminaciones y persecuciones. Y está presente como fuerza de esperanza a través de su Iglesia, cercano a cada situación humana de sufrimiento e injusticia.

Que Cristo resucitado otorgue esperanza a Oriente Próximo, para que todos los componentes étnicos, culturales y religiosos de esa Región colaboren en favor del bien común y el respeto de los derechos humanos. En particular, que en Siria cese el derramamiento de sangre y se emprenda sin demora la vía del respeto, del diálogo y de la reconciliación, como auspicia también la comunidad internacional. Y que los numerosos prófugos provenientes de ese país y necesitados de asistencia humanitaria, encuentren la acogida y solidaridad que alivien sus penosos sufrimientos. Que la victoria pascual aliente al pueblo iraquí a no escatimar ningún esfuerzo para avanzar en el camino de la estabilidad y del desarrollo. Y, en Tierra Santa, que israelíes y palestinos reemprendan el proceso de paz.

Que el Señor, vencedor del mal y de la muerte, sustente a las comunidades cristianas del Continente africano, las dé esperanza para afrontar las dificultades y las haga agentes de paz y artífices del desarrollo de las sociedades a las que pertenecen.

Que Jesús resucitado reconforte a las poblaciones del Cuerno de África y favorezca su reconciliación; que ayude a la Región de los Grandes Lagos, a Sudán y Sudán del Sur, concediendo a sus respectivos habitantes la fuerza del perdón. Y que a Malí, que atraviesa un momento político delicado, Cristo glorioso le dé paz y estabilidad. Que a Nigeria, teatro en los últimos tiempos de sangrientos atentados terroristas, la alegría pascual le infunda las energías necesarias para recomenzar a construir una sociedad pacífica y respetuosa de la libertad religiosa de todos sus ciudadanos.

Feliz Pascua a todos.

© Copyright 2012 - Libreria Editrice Vaticana

Domingo de Pascua de Resurrección del Señor


Evangelio
(Jn 20,1-9)
Lectura del santo Evangelio según san Juan
Gloria a ti, Señor

El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró.

En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

sábado, 7 de abril de 2012

Sábado Santo


Evangelio
(Mc 16,1-7)
Lectura del santo Evangelio según san Marcos
Gloria a ti, Señor

Transcurrido el sábado, María Magdalena (la madre de Santiago) y Salomé, compraron perfumes para ir a embalsamar a Jesús. Muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, se dirigieron al sepulcro. Por el camino se decían unas a otras: “¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro?” Al llegar, vieron que la piedra ya estaba quitada, a pesar de ser muy grande.

Entraron en el sepulcro y vieron a un joven, vestido con una túnica blanca, sentado en el lado derecho, y se llenaron de miedo. Pero él les dijo: “No se espanten. Buscan a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado. No está aquí, ha resucitado, Miren el sitio donde lo habían puesto. Ahora vayan a decirles a sus discípulos y a Pedro: ‘Él irá delante de ustedes a Galilea. Allá lo verán, como él les dijo’”.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

viernes, 6 de abril de 2012

Viernes Santo


Evangelio
(Jn 18,1–19,42)
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan

C. En aquel tiempo, Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Entonces Judas tomó un batallón de soldados y guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos y entró en el huerto con linternas, antorchas y armas.

Jesús, sabiendo todo lo que iba a suceder, se adelantó y les dijo: †“¿A quién buscan?” C. Le contestaron: S. “A Jesús, el nazareno”. C. Les dijo Jesús: †“Yo soy”. C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles ‘Yo soy’, retrocedieron y cayeron a tierra. Jesús les volvió a preguntar: †“¿A quién buscan?” C. Ellos dijeron: S. “A Jesús, el nazareno”. C. Jesús contestó: †“Les he dicho que soy yo. Si me buscan a mí, dejen que éstos se vayan”. C. Así se cumplió lo que Jesús había dicho: ‘No he perdido a ninguno de los que me diste’.

Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: †“Mete la espada en la vaina. ¿No voy a beber el cáliz que me ha dado mi Padre?”.

C. El batallón, su comandante y los criados de los judíos apresaron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año. Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: ‘Conviene que muera un solo hombre por el pueblo’.

Simón Pedro y otro discípulo iban siguiendo a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló con la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro S. “¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?” C. Él dijo: S. “No lo soy”. C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.

El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le contestó: †“Yo he hablado abiertamente al mundo y he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, sobre lo que les he hablado. Ellos saben lo que he dicho”.

C. Apenas dijo esto, uno de los guardias le dio una bofetada a Jesús, diciéndole: S. “¿Así contestas al sumo sacerdote?” C. Jesús le respondió: †“Si he faltado al hablar, demuestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?” C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, el sumo sacerdote.

Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron: S. “¿No eres tú también uno de sus discípulos?” C. Él lo negó diciendo: S. “No lo soy”. C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le había cortado la oreja, le dijo: S. “¿Qué no te vi yo con él en el huerto?” C. Pedro volvió a negarlo y en seguida cantó un gallo.

Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era muy de mañana y ellos no entraron en el palacio para no incurrir en impureza y poder así comer la cena de Pascua.

Salió entonces Pilato a donde estaban ellos y les dijo: S. “¿De qué acusan a este hombre?” C. Le contestaron: S. “Si éste no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos traído”. C. Pilato les dijo: S. “Pues llévenselo y júzguenlo según su ley”. C. Los judíos le respondieron: S. “No estamos autorizados para dar muerte a nadie”. C. Así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.

Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: S. “¿Eres tú el rey de los judíos?” C. Jesús le contestó: †“¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?” C. Pilato le respondió: S. “¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?” C. Jesús le contestó: †“Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí. C. Pilato le dijo: S. “¿Conque tú eres rey?” C. Jesús le contestó: †“Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al undo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”. C. Pilato le dijo: S. “¿Y qué es la verdad?”.

C. Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: S. “No encuentro en él ninguna culpa. Entre ustedes es costumbre que por Pascua ponga en libertad a un preso. ¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?” C. Pero todos ellos gritaron: S. “¡No, a ése no! ¡A Barrabás!” C. (El tal Barrabás era un bandido). Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, le echaron encima un manto color púrpura, y acercándose a él, le decían: S. “¡Viva el rey de los judíos!”, C. y le daban de bofetadas.

Pilato salió otra vez afuera y les dijo: S. “Aquí lo traigo para que sepan que no encuentro en él ninguna culpa”. C. Salió, pues, Jesús, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: S. “Aquí está el hombre”. C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y sus servidores, gritaron: S. “¡Crucifícalo, crucifícalo!” C. Pilato les dijo: S. “Llévenselo ustedes y crucifíquenlo, porque yo no encuentro culpa en él”. C. Los judíos le contestaron: S. “Nosotros tenemos una ley y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios”.

C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más, y entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús: S. “¿De dónde eres tú?” C. Pero Jesús no le respondió. Pilato le dijo entonces: S. “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?” C. Jesús le contestó: †“No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor”.

C. Desde ese momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: S. “¡Si sueltas a ése, no eres amigo del César!” C. Al oír estas palabras, Pilato sacó a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman “el Enlosado” (en hebreo Gábbata). Era el día de la preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: S. “Aquí tienen a su rey”. C. Ellos gritaron: S. “¡Fuera, fuera! ¡Crucifícalo!” C. Pilato les dijo: S. “¿A su rey voy a crucificar?” C. Contestaron los sumos sacerdotes: S. “No tenemos más rey que el César”. C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.

Tomaron a Jesús y él, cargando con la cruz, se dirigió hacia el sitio llamado “La Calavera” (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron, y con él a otros dos, uno de cada lado, y en medio Jesús. Pilato mandó escribir un letrero y ponerlo encima de la cruz; en él estaba escrito: ‘Jesús el nazareno, el rey de los judíos’. Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato: S. “No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino: ‘Éste ha dicho: Soy rey de los judíos’”. C. Pilato les contestó: S. “Lo escrito, escrito está”.

C. Cuando crucificaron a Jesús, los soldados cogieron su ropa e hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba a abajo. Por eso se dijeron: S. “No la rasguemos, sino echemos suertes para ver a quién le toca”. C. Así se cumplió lo que dice la Escritura: Se repartieron mi ropa y echaron a suerte mi túnica. Y eso hicieron los soldados.

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: †“Mujer, ahí está tu hijo”. C. Luego dijo al discípulo: †“Ahí está tu madre”. C. Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él.

Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: †“Tengo sed”. C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Los soldados sujetaron una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús probó el vinagre y dijo: †“Todo está cumplido”, C. e inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

C. Entonces, los judíos, como era el día de la preparación de la Pascua, para que los cuerpos de los ajusticiados no se quedaran en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día muy solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitaran de la cruz. Fueron los soldados, le quebraron las piernas a uno y luego al otro de los que habían sido crucificados con él. Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza e inmediatamente salió sangre y agua.

El que vio da testimonio de esto y su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera lo que dice la Escritura: No le quebrarán ningún hueso; y en otro lugar la Escritura dice: Mirarán al que traspasaron.

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero oculto, por miedo de los judíos, pidió a Pilato que lo dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mezcla de mirra y áloe.

Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con esos aromas, según se acostumbra enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo, donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la preparación de la Pascua y el sepulcro estaba cerca, allí pusieron a Jesús.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

jueves, 5 de abril de 2012

Jueves Santo


Evangelio
(Jn 13,1-15)
Lectura del santo Evangelio según san Juan
Gloria a ti, Señor

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

En el transcurso de la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de entregarlo, Jesús, consciente de que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y sabiendo que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó; luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido.

Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: “Señor, ¿me vas a lavar tú a mí los pies?” Jesús le replicó: “Lo que estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”. Pedro le dijo: “Tú no me lavarás los pies jamás”. Jesús le contestó: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo”. Entonces le dijo Simón Pedro: “En ese caso, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos”. Como sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos están limpios”.

Cuando acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la mesa y les dijo: “¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan”.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

miércoles, 4 de abril de 2012

“Ustedes deben lavarse los pies unos a otros”


Jueves Santo – Ciclo B (Juan 13, 1-15)

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

En el transcurso de la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de entregarlo, Jesús, consciente de que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y sabiendo que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó; luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido.

Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: “Señor, ¿me vas a lavar tú a mí los pies?” Jesús le replicó: “Lo que estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”. Pedro le dijo: “Tú no me lavarás los pies jamás”. Jesús le contestó: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo”. Entonces le dijo Simón Pedro: “En ese caso, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos”. Como sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos están limpios”.

Cuando acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la mesa y les dijo: “¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan”.


La semana santa es un tiempo de "celebración", de "hacer memoria", de revivir en nosotros la historia de la salvación. Y la Iglesia se sirve fundamentalmente de símbolos y palabras... Nos ha presentado hoy tres lecturas que recogen tres gestos, tres símbolos, tres señales claras de la acción de Dios en nuestra historia. Vamos a reflexionar brevemente, con la ayuda de las lecturas, en tres momentos: 1) Mirar al pasado: Lo que ha hecho Dios por nosotros. 2) Mirar el presente: Lo que hace Dios con nosotros. 3) Mirar hacia futuro: Lo que Dios nos invita a hacer por los demás.

Mirar al pasado: Lo que ha hecho Dios por nosotros... La primera imagen que me parece que puede ayudarnos es la imagen de muchas catedrales o iglesias de los pueblos españoles, que han sido construidas sobre las ruinas de otros templos... La Catedral de Córdoba, está sembrada en medio de la antigua Mezquita musulmana; y ésta a su vez, está sembrada sobre una antigua iglesia medieval; que, seguramente, a su vez, estará sembrada sobre un templo romano o un templo celtíbero... Muchas de las iglesias de los pueblos latinoamericanos están construidas sobre los antiguos templos indígenas...

La fiesta del jueves santo está también sembrada sobre una gran tradición anterior; sin ella, lo que vemos hoy, no sería comprensible, no tendría una explicación completa. Como los niños que se suben a los hombros de sus padres para ver pasar el desfile, así nosotros estamos subidos sobre los hombros de una gran fiesta judía: la fiesta de la liberación del pueblo esclavo en Egipto; fiesta de salida, de éxodo, fiesta de PASCUA. Un cordero compartido como señal de alianza... Una cena que protege del exterminio... Una fiesta que señala el camino de la tierra prometida... Una mesa que hace hermanos para la libertad...

Esta es la fiesta de la Pascua judía; esta es la fiesta que Jesús y sus amigos celebraron aquella noche del primer Jueves santo; noche en el que la luna llena, como hoy, alumbraba la noche fría de Jerusalén y acompañaba la oración de todo el pueblo. Eso es lo que Dios ha hecho por nosotros; no podemos olvidar las acciones del Señor en nuestras vidas; su paso por la historia de nuestros pueblos, familias, su acción salvadora, liberadora, transformadora. Esta libertad es un signo, un símbolo, un gesto del amor infinito que Dios nos tiene; Dios quiere la libertad para su pueblo y lo invita a caminar hacia la tierra prometida.

Y delante de esta imagen de la Cena Pascual; delante del cordero que compartían los israelitas para hacer memoria de su liberación; delante de esto que ha hecho Dios para nosotros, podríamos preguntarnos hoy, ¿Qué hemos hecho nosotros por el Señor? ¿Qué hemos hecho nosotros por la liberación de nuestros pueblos? ¿Qué he hecho yo por Cristo a lo largo de mi vida, a lo largo de mi historia personal? ¿Qué hemos hecho por este Cristo que está esclavizado, que sufre, que padece también hoy en nuestros hermanos más débiles?

Mirar el presente: Lo que hace Dios con nosotros... La segunda lectura nos presenta el texto más antiguo en el que se narra la institución de la Eucaristía; Pablo comparte con sus comunidades ese don precioso que recibió en tradición y que recoge la entrega plena de Jesús. «Jesús, la noche en que iban a entregarlo...» Jesús cena con sus discípulos y les deja la misión de repetir el gesto y, sobre todo, lo que significa el gesto; cuando Jesús dice: «haced esto en memoria mía...», no sólo se refiere al partir el pan y compartir la copa... también se refiere a la entrega definitiva de su Cuerpo y de su Sangre... Quiere compartir con nosotros su cuerpo y su sangre para que nosotros hagamos lo mismo por nuestros hermanos, como señal de la nueva alianza...

Hoy, repetimos ese gesto sencillo y grandioso de la entrega de Jesús en la eucaristía. Y ante este signo de la nueva alianza, podemos preguntarnos nosotros también: ¿Que hacemos por Cristo? ¿Qué hacemos actualmente como entrega de nuestro cuerpo y de nuestra sangre? ¿Qué hago yo por ese Cristo que sigue padeciendo hoy también y me sigue llamando a una entrega total en mis hermanos?

Mirar hacia el futuro: Lo que Dios nos invita a hacer por los demás… La lectura del Evangelio y el gesto del lavatorio de los pies, que vamos a hacer en seguida, nos coloca frente a una invitación que el Señor nos hace: «también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros». “Una imagen vale más que mil palabras”. “El amor se ve más claro en las obras que en las palabras”. “Obras son amores y no buenas razones”. Jesús hace eco de la sabiduría popular que da más importancia a las obras que a las palabras; frente a sus discípulos, Jesús deja a un lado los discursos y pasa a la acción; no se contenta con invitarlos a amarse unos a otros, sino que quiere dar ejemplo, quiere enseñarles con sus obras la manera de servir... El servicio de Jesús es un servicio humilde, agachado, sencillo, pobre...

De nuevo, podríamos preguntarnos hoy por nuestro amor hacia los demás, por el servicio que nos invita a prestar el Señor a nuestros hermanos... Ya no sólo nos preguntamos por lo que hemos hecho, o por lo que hacemos; ahora nos tenemos que preguntar: ¿Qué tengo que hacer por Cristo? ¿Qué vamos a hacer ante nuestros hermanos para manifestarles nuestro amor? ¿Cómo contarle a los esposos o esposas, a los hijos e hijas, a los vecinos, a los ancianos, a los enfermos, a los que tienen hambre y sed, a los que están en las cárceles, a los que vienen de lejos buscando una vida mejor, a los más pobres y débiles, que también nosotros los amamos hasta el extremo?

En resumen, hoy que el Señor nos recuerda lo que ha hecho, lo que hace y lo que nos invita a hacer, debemos llevarnos tres preguntas para meditar en nuestro corazón: ¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? y ¿Qué tengo que hacer por Cristo?

Nadie sabe la respuesta del otro; nadie puede decirle a otro lo que ha hecho, lo que hace, o lo que debe hacer... Cada uno tiene que sentarse ante el Señor y dejar que él mismo nos vaya inspirando las respuestas. Esta puede ser la pregunta que llevemos esta noche a la Hora santa para conversar en la intimidad con el Señor.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J. Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá

Miércoles Santo


Evangelio
(Mt 26,14-25)
Lectura del santo Evangelio según san Mateo
Gloria a ti, Señor

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: “¿Cuánto me dan si les entrego a Jesús?” Ellos quedaron en darle treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregárselo.

El primer día de la fiesta de los panes Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?” Él respondió: “Vayan a la ciudad, a casa de fulano y díganle: ‘El Maestro dice: Mi hora está ya cerca. Voy a celebrar la Pascua con mis discípulos en tu casa’”. Ellos hicieron lo que Jesús les había ordenado y prepararon la cena de Pascua. Al atardecer, se sentó a la mesa con los Doce y mientras cenaban, les dijo: “Yo les aseguro que uno de ustedes va a entregarme”. Ellos se pusieron muy tristes y comenzaron a preguntarle uno por uno: “¿Acaso soy yo, Señor?” Él respondió: “El que moja su pan en el mismo plato que yo, ése va a entregarme. Porque el Hijo del hombre va a morir, como está escrito de él; pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre va a ser entregado! Más le valiera a ese hombre no haber nacido”. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: “¿Acaso soy yo, Maestro?” Jesús le respondió: “Tú lo has dicho”.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

martes, 3 de abril de 2012

El jesuita Julio Martínez, nuevo rector de Comillas


El P. Adolfo Nicolás Pachón, S.J., Superior General de la Compañía de Jesús y Gran Canciller de la Universidad Pontificia Comillas, con la confirmación de la Santa Sede, ha nombrado, con fecha 29 de marzo, Rector de la Universidad Pontificia Comillas al P. Julio Luis Martínez Martínez, S.J., Profesor Ordinario de la Facultad de Teología y Vicerrector de Investigación, Desarrollo e Innovación. Entrará en cargo el lunes 23 de abril a las 13:00 h. en un acto que se celebrará en el Aula Magna de la Universidad. Sustituye a José Ramón Busto.

Julio L. Martínez, SJ, nació en Vigo en 1964 y estudió en el Colegio Apóstol Santiago (Jesuitas) hasta que ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús en 1982 en el noviciado de Valladolid. Fue ordenado sacerdote el 1 de julio de 1995 en Vigo, por el obispo M. José Cerviño. Hizo lo que los jesuitas llaman Tercera Probación en Salamanca (200-2001) y pronunció sus últimos votos en la Compañía de Jesús en Madrid en 2004.

Actualmente es Profesor Ordinario de Teología Moral en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Comillas y de Filosofía Social y Política de la Facultad de Ciencias Humanas y Sociales de la misma universidad. También ha sido Profesor Invitado, desde el año 2002, de las Facultades de Teología y Filosofía en San Miguel (Argentina).

Su formación universitaria la ha realizado en Madrid, Boston y Salamanca. Es Doctor en Teología y Licenciado en Filosofía por la Universidad Pontificia Comillas, y Licenciado en Ética Teológica por la Weston School of Theology, de Cambridge (Estados Unidos).

En la Universidad Pontificia Comillas ha sido Director de la Cátedra de Bioética, del Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones y del Departamento de Teología Moral y Praxis de la Vida Cristiana de la Facultad de Teología, y en los últimos tres años Vicerrector de Investigación, Desarrollo e Innovación de Comillas.

Ha publicado como autor o coautor varios libros, entre los que destacan: "Consenso público y moral social. Las relaciones entre catolicismo y liberalismo en la obra de J. C. Murray" (2002); "Repensar la dignidad humana"(2005); "Religión e integración de los inmigrantes" (2006); "Ciudadanía, migraciones y religión" (2007); "Libertad religiosa y dignidad humana" (2009); "Moral social y espiritualidad: una conspiración necesaria" (2011), y próximamente saldrá "Religión en público: debate con el liberalismo norteamericano".

Asimismo Julio Martínez es autor de unas ochenta publicaciones entre capítulos de libros y artículos en revistas especializadas y de divulgación, españolas y extranjeras. Su área principal de estudio e investigación gira desde hace décadas en torno a la cuestión de la religión en la vida pública y de las relaciones entre liberalismo y catolicismo, contemplando temas de moral social y asuntos como la ciudadanía y la integración de las sociedades pluriculturales y plurirreligiosas, desde la perspectiva de la ética teológica y filosófica.
Pertenece a la provincia de Castilla y es superior de la comunidad jesuita de Cantoblanco. Habla alemán, francés, inglés, latín y portugués.

José Ramón Busto ha sido rector de la Universidad desde el 3 de diciembre de 2002. Retomará su docencia de Sagrada Escritura en la Facultad de Teología y continuará ejerciendo su tarea como párroco de la Parroquia jesuita San Francisco de Borja (Maldonado, Madrid), iniciada hace unos meses. Busto SJ nació en Burgos en 1950, en 1968 ingresó en la Compañía de Jesús y se ordenó sacerdote en Madrid en 1978. Es licenciado y doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense (1975), en ambos casos, con premio extraordinario, y licenciado en Teología por Comillas (1978). Ha sido catedrático de Sagrada Escritura de Comillas, en la que además de rector ha sido Vicedecano y decano de la Facultad de Teología, Director del Departamento de Sagrada Escritura y Coordinador de Investigación de la Universidad.

Martes Santo


Evangelio
(Jn 13,21-33.36-38)
Lectura del santo Evangelio según san Juan
Gloria a ti, Señor

En aquel tiempo, cuando Jesús estaba a la mesa con sus discípulos, se conmovió profundamente y declaró: “Yo les aseguro que uno de ustedes me va a entregar”. Los discípulos se miraron perplejos unos a otros, porque no sabían de quién hablaba. Uno de ellos, al que Jesús tanto amaba, se hallaba reclinado a su derecha. Simón Pedro le hizo una seña y le preguntó: “¿De quién lo dice?” Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: “Señor, ¿quién es?” Le contestó Jesús: “Aquel a quien yo le dé este trozo de pan, que voy a mojar”. Mojó el pan y se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote; y tras el bocado, entró en él Satanás.

Jesús le dijo entonces a Judas: “Lo que tienes que hacer, hazlo pronto”. Pero ninguno de los comensales entendió a qué se refería; algunos supusieron que, como Judas tenía a cargo la bolsa, Jesús le había encomendado comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el bocado, salió inmediatamente. Era de noche. Una vez que Judas se fue, Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.

Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Me buscarán, pero como les dije a los judíos, así se lo digo a ustedes ahora: ‘A donde yo voy, ustedes no pueden ir’”. Simón Pedro le dijo: “Señor, ¿a dónde vas?” Jesús le respondió: “A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; me seguirás más tarde”. Pedro replicó: “Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti”. Jesús le contestó: “¿Conque darás tu vida por mí? Yo te aseguro que no cantará el gallo, antes que me hayas negado tres veces”.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

lunes, 2 de abril de 2012

Lunes Santo


Evangelio
(Jn 12,1-11)
Lectura del santo Evangelio según san Juan
Gloria a ti, Señor

Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María tomó entonces una libra de perfume de nardo auténtico, muy costoso, le ungió a Jesús los pies con él y se los enjugó con su cabellera, y la casa se llenó con la fragancia del perfume.

Entonces Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que iba a entregar a Jesús, exclamó: “¿Por que no se ha vendido ese perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?” Esto lo dijo, no porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía a su cargo la bolsa, robaba lo que echaban en ella.

Entonces dijo Jesús: “Déjala. Esto lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tendrán siempre con ustedes, pero a mí no siempre me tendrán”.

Mientras tanto, la multitud de judíos, que se enteró de que Jesús estaba allí, acudió, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien el Señor había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes deliberaban para matar a Lázaro, porque a causa de él, muchos judíos se separaban y creían en Jesús.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.