sábado, 29 de octubre de 2011

En actitud de conversión


Comentario al Evangelio del Domingo 30/10/2011, 31 Tiempo ordinario (A):(Mateo 23,1-12)

Jesús habla con indignación profética. Su discurso dirigido a la gente y a sus discípulos es una dura crítica a los dirigentes religiosos de Israel. Mateo lo recoge hacia los años ochenta para que los dirigentes de la Iglesia cristiana no caigan en conductas parecidas.

¿Podremos recordar hoy las recriminaciones de Jesús con paz, en actitud de conversión, sin ánimo alguno de polémicas estériles? Sus palabras son una invitación para que obispos, presbíteros y cuantos tenemos alguna responsabilidad eclesial hagamos una revisión de nuestra actuación.

«No hacen lo que dicen». Nuestro mayor pecado es la incoherencia. No vivimos lo que predicamos. Tenemos poder pero nos falta autoridad. Nuestra conducta nos desacredita. Nuestro ejemplo de vida más evangélica cambiaría el clima en muchas comunidades cristianas.

«Cargan fardos pesados sobre los hombros de la gente… pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar». Es cierto. Con frecuencia, somos exigentes y severos con los demás, comprensivos e indulgentes con nosotros. Agobiamos a la gente sencilla con nuestras exigencias pero no les facilitamos la acogida del evangelio. No somos como Jesús que se preocupaba de hacer ligera su carga pues era sencillo y humilde de corazón.

«Todo lo que hacen es para que los vea la gente». No podemos negar que es muy fácil vivir pendientes de nuestra imagen, buscando casi siempre “quedar bien” ante los demás. No vivimos ante ese Dios que ve en lo secreto. Estamos más atentos a nuestro prestigio personal.
«Les gustan los primeros puestos y los asientos de honor… y que les hagan reverencias por la calle». Nos da vergüenza confesarlo, pero nos gusta. Buscamos ser tratados de manera especial, no como un hermano más. ¿Hay algo más ridículo que un testigo de Jesús buscando ser distinguido y reverenciado por la comunidad cristiana?

«No os dejéis llamar maestros… ni guías… porque uno solo es vuestro Maestro y vuestro Guía: Cristo». El mandato evangélico no puede ser más claro: renunciad a los títulos para no hacer sombra a Cristo; orientad la atención de los creyentes sólo hacia él. ¿Por qué la Iglesia no hace nada por suprimir tantos títulos, prerrogativas, honores y dignidades para mostrar mejor el rostro humilde y cercano de Jesús?

«No llaméis padre vuestro a nadie en la tierra porque uno solo es vuestro Padre del cielo». Para Jesús el título de Padre es tan único, profundo y entrañable que no ha de ser utilizado por nadie en la comunidad cristiana. ¿Por qué lo permitimos?

José Antonio Pagola

viernes, 28 de octubre de 2011

Sinfonía de los creyentes de todo el mundo por la paz


Una sinfonía de paz y buenos propósitos. De búsqueda de la paz y el entendimiento. Piano, flauta, arpa y violín unieron sus sonidos a las voces de los líderes de todas las religiones en un manifiesto por la paz que trascendió los límites de la patria de San Francisco, Asís, y que ojalá surque el cielo de la Tierra, y de los prejuicios de las confesiones religiosas, y se haga realidad en mitad de un mundo que sufre y que clama por la paz y la justicia.

"Nosotros, personas de tradiciones religiosas diferentes, no nos cansaremos nunca de proclamar que paz y justicia son inseparables, y que la paz en la justicia es el único camino en el que la Humanidad puede caminar hacia un futuro de Esperanza", rezaba el compromiso leído por todos los líderes religiosos, culminado por el papa y recibido por un fuerte y emotivo aplauso.

"Haz a los demás lo que quisieras te fuera hecho a ti", dice la regla de oro, que asumen todos los creyentes del mundo. "No nos cansaremos nunca de luchar por la paz", rezaba el compromiso. La tarde en Asís se presentó cálida, soleada. En la plaza de los Ángeles, donde San Francisco solía caminar antes de retirarse a orar en la Porciúncula, los representantes de las principales religiones del mundo renovaron su compromiso solemne de paz. Con el único acompañamiento de violines y flautas, y en el espíritu del santo fratello, los líderes afirmaron que "para construir la paz es necesario amar al prójimo".

En distintos idiomas, cada uno de los representantes se comprometieron a "proclamar con convicción que la violencia y el terrorismo contrastan con el auténtico espíritu religioso". Al condenar toda violencia en nombre de Dios, "nos comprometemos a hacer cuanto sea posible para desarraigar las causas del terrorismo".

"Nosotros nos comprometemos a educar a las personas a respetarse y estimarse mutuamente", leyó el representante sij, "para una convivencia pacífica y solidaria entre pertenecientes a etnias, culturas y religiones distintas".

El sonido del arpa protagonizó la segunda parte de la lectura del manifiesto, en la que el líder ortodoxo incidió en que "nos comprometemos a promover la cultura del diálogo, para que crezca la convivencia entre los pueblos, siendo éstas las premisas de la auténtica paz".

El piano dio paso a los representantes de los baptistas, que se comprometieron "a defender el derecho de cada persona humana a vivir su existencia según su identidad cultural, y a procurarse libremente una familia propia".

El líder de los musulmanes paquistaníes, a continuación, afirmó el compromiso por "dialogar, con sinceridad y paciencia, sin considerar cuánto nos diferencia como un muro infranqueable, sino reconociendo al otro, distinto de mí, puede convertirse en una ocasión de mejor comprensión del prójimo". Tras la lectura, se abrazó a Benedicto XVI, arrancando los aplausos de los invitados, y la sensación de que, tal vez, después de Asís, algunas de estas propuestas serían posibles.

Piano y violín dejaron de disputarse la primacía, y compusieron una sinfonía en común, emotiva, que giraba la mirada hacia el cielo. Se hizo el silencio, y regresó la flauta, para acompañar las palabras del patriarca sirio ortodoxo de Antioquía, Gregorios, que se comprometió a "perdonarnos mutuamente los errores del pasado, y sostener los esfuerzos para evitar el odio y la violencia, y aprender del pasado que la paz, sin la justicia, no es una paz verdadera".

En un momento, flauta y arpa bailaron juntas, y entonces, el representante taoísta leyó el pasaje de la declaración en la que las religiones se comprometen a "estar de parte de quien sufre, en la miseria y en el abandono, haciéndonos portavoces de quien no tiene voz, y trabajando para superar estas situaciones, con la convicción de que nadie puede ser feliz estando solo".

El representante budista, afirmó "hacer nuestro el grito de quien no se resigna a la violencia y al mal, y queremos contribuir con toda nuestra fuerza para dar a la humanidad una esperanza real de justicia y de paz".

Regresó el piano, con más fuerza que nunca, elevando las plegarias hacia la brisa que soplaba en Asís, y dando paso a un silencio en el que se escuchaban, a voz en grito, las emociones de todos los presentes. El sol aún brillaba a las cinco de la tarde de este frío otoño, como esperando que la luz siguiera llegando a los líderes religiosos, cuando el representante sintoísta leyó el compromiso de "promover la amistad entre los pueblos. Convencidos del progreso tecnológico, si falta entendimiento entre los pueblos, arriesga a la destrucción y la muerte".

Flauta, piano y violín volvieron a unirse para escuchar a la única mujer, de confesión luterana, que se comprometió a "pedir a los responsables de las naciones para pedir todo tipo de esfuerzos para que se consolide sobre la base de la justicia, un mundo de solidaridad y de paz".

"Nosotros, personas de tradiciones religiosas diferentes, no nos cansaremos nunca de proclamar que paz y justicia son inseparables, y que la paz en la justicia es el único camino en el que la Humanidad puede caminar hacia un futuro de Esperanza. Un mundo en el que las distancias se acortan, las relaciones se facilitan, la seguridad, la libertad y la paz no podrán estar garantizadas por la fuerza, sino por la confianza recíproca. Que Dios bendiga nuestros propósitos, y dé a nuestro mundo justicia y paz", subrayó, casi al final, el reverendo Setri Nyomi, de la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas.

Al final, Guillermo Hurtado, representante de los no creyentes, pero igual de fiel ante los desafíos de este mundo, se comprometió con todos los hombres de buena voluntad "a la edificación de un mundo nuevo, donde el respeto a la dignidad de todo hombre sea la base de la vida en sociedad. Queremos hacer que creyentes y no creyentes vivan como hermanos en la búsqueda común de la verdad, de la justicia y de la paz".

Benedicto XVI cerró la sinfonía, sosteniendo que "no más violencia, no más guerra, no más terrorismo, en nombre de Dios". Al final, se produjo un impactante momento de silencio para que cada uno, y todos en común, sin llegar a organizar una oración formal, oraran juntos por la luz de la paz que, al término de la celebración, decenas de jóvenes llevaron a cada uno de los representantes. Tras los saludos finales, casi todos los representantes visitaron la tumba del fundador de la Orden Franciscana.

Como toda buena orquesta, el canto final dejó paso al abrazo de la paz y a la alegría de todos los presentes. Como no podía ser de otro modo, con el "Canto de las Criaturas" del santo de Asís. Que seguramente, muy cerca de ese sol que ya se apagaba en las colinas, conversaba que el único Dios sobre lo bello de aquel acto... y lo difícil de llevarlo a cabo. Mas esperanza, que la música nunca acaba.

(Jesús Bastante)

Un tren hacia la paz


A diferencia de aquella vieja locomotora que le llevó a Juan XXII (los tiempos han cambiado), el tren que conducirá a Benedicto XVI a Asís este jueves, en peregrinación para pedir por la paz, será un modelo italiano de tren de alta velocidad. Joseph Ratzinger volverá a Asís, veinticinco años después del encuentro interreligioso de oración por la paz convocado por Karol Wojtyla. En 1986 la reunión recibió diversas críticas, incluso dentro de la curia romana: «¿No se abre así el camino al indiferentismo y al relativismo religioso?», era la pregunta de algunos. ¿Y hoy? ¿Por qué Benedicto XVI iba ahora a Asís? ¿Por qué volvía a tomar ese tren?

Un tren hacia la paz, de eso se trataba, había dicho Juan Pablo II. El historiador Giovanni Maria Vian, director de L' Osservatore Romano afirmaba al valorar el evento: “Asís es un evento simbólico, que sin embargo dio lugar a interpretaciones equivocadas y aclaradas con la declaración Dominus Iesus, del 2000. Y en el 2002 fue el cardenal Ratzinger quien acompañó al papa [Juan Pablo II] a la ciudad de san Francisco. El 20 de abril de 2005, al día siguiente de la elección, Benedicto XVI pidió 'un diálogo abierto y sincero' con las otras culturas y religiones”. Van pues a lo mismo.

Los encuentros en Asís tienen su historia. “En 1986 el mundo estaba bajo la amenaza de una guerra nuclear. El papa Wojtyla quiso mostrar que las religiones son factores de paz, no de división y de odio. Y rezó por la paz. En enero de 2002, cuatro meses después de los atentados americanos [del 11 de septiembre], convocó otra reunión para demostrar que el nombre sagrado de Dios no puede ser instrumentalizado para justificar odio y violencia. Ahora, su sucesor, el gran papa-teólogo, va a repetir el mismo gesto, y nos indica la necesidad de rezar más por la paz en un mundo donde aumenta la violencia en general, y la violencia contra los cristianos en particular”. “Cristo es nuestra paz”, era el lema. No se puede matar en nombre de Dios: es una locura y una gran contradicción.

En el acto participarán también Bartolomé I, patriarca de Constantinopla, el primado anglicano Rowan Williams, Olav Tveit del Consejo Mundial de Iglesias, entre otros muchos representantes de todas religiones del mundo. A ellos se unen algunos representantes de los no-creyentes, entre los que destaca Julia Kristeva, lingüista, escritora y psicoanalista. Como indicó el español monseñor Sánchez de Toca, por primera vez el papa ha invitado a personas no creyentes a un encuentro religioso, porque “está convencido –y ésta es la base de esta decisión innovadora– de que el ser humano, creyente o no, está siempre en búsqueda de Dios”.

El papa alemán envió una carta personal el pasado 4 de marzo al pastor luterano, el profesor Peter Beyerhaus, antiguo colega suyo en Tubinga, quien en febrero pasado le había enviado una carta en la que manifestaba su perplejidad sobre el riesgo sincretista de una nueva convocatoria de la jornada de Asís. En ella preguntaba a Benedicto XVI cuáles eran sus intenciones para participar en la misma. “Comprendo muy bien –le escribía Benedicto XVI– su preocupación respecto a mi participación en el encuentro de Asís. Pero esta conmemoración debía ser celebrada de todos modos y, después de todo, me parecía lo mejor ir allí personalmente para poder intentar de esta manera determinar la dirección”.

¿Qué dirección? Es posible que, sobre todo en 1986, se dieron gestos que llevaron a ciertos equívocos, pero desde entonces ha llovido mucho: entre otras cosas, el llamado “pluralismo religioso” (más relativista que pluralista) y la declaración Dominus Iesus, que toma su título de la exultante y decidida afirmación de san Pablo: “¡Jesús es el Señor!” (Flp 5,21), el Hijo de Dios y, por tanto, el Salvador. Todos nos salvamos en Cristo, también un musulmán, un budista o un testigo de Jehová. Frente a los posibles miedos por un posible relativismo religioso, tal vez sea una ocasión de confiar una vez más en el papa-teólogo. “Sería mejor de todos modos –presagiaba un corresponsal francés– prestar atención a la cosecha de Asís 2011. Un vino de este tipo, refinado por la maduración del tiempo puede sorprender”.

[Por Pablo Blanco Sarto, Universidad de Navarra. Autor de Benedicto XVI, el papa alemán]

jueves, 27 de octubre de 2011

Por una reforma del sistema financiero y monetario internacional en la perspectiva de una autoridad pública con competencia universal


Prólogo
«La presente situación del mundo exige una acción de conjunto que tenga como punto de partida una clara visión de todos los aspectos económicos, sociales, culturales y espirituales. Con la experiencia que tiene de la humanidad, la Iglesia, sin pretender de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados, “sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu Paráclito, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido”».

Con estas palabras Pablo VI, en la profética y siempre actual Encíclica Populorum Progressio de 1967, trazaba de manera límpida «las trayectorias» de la íntima relación de la Iglesia con el mundo: trayectorias que se cruzan en el valor profundo de la dignidad del ser humano y en la búsqueda del bien común, y que además hacen a los pueblos responsables y libres de actuar según sus más altas aspiraciones.

La crisis económica y financiera que está atravesando el mundo convoca a todos, personas y pueblos, a un profundo discernimiento sobre los principios y de los valores culturales y morales que son fundamentales para la convivencia social. Pero no sólo eso. La crisis compromete a los agentes privados y a las autoridades públicas competentes a nivel nacional, regional e internacional a una seria reflexión sobre las causas y sobre las soluciones de naturaleza política, económica y técnica.

En esta prospectiva, la crisis, enseña Benedicto XVI, «nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo. Conviene afrontar las dificultades del presente en esta clave, de manera confiada, más que resignada». Los líderes mismos del G20, en la declaración adoptada en Pittsburgh en el año 2009, han afirmado que “The economic crisis demonstrates the importance of ushering in a new era of sustainable global economic activity grounded in responsibility”.

Recogiendo el llamamiento del Santo Padre y, al mismo tiempo, haciendo propias las preocupaciones de los pueblos –sobre todo de aquellos que en mayor medida sufren los efectos de la situación actual– el Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, en el respeto de las competencias de las autoridades civiles y políticas, desea proponer y compartir la propia reflexión “Por a una reforma del sistema financiero y monetario internacional en la perspectiva de una autoridad pública con competencia universal”.

Esta reflexión desea ser una contribución a los responsables de la tierra y a todos los hombres de buena voluntad; un gesto de responsabilidad, no sólo respecto de las generaciones actuales, sino sobre todo hacia aquellas futuras, a fin de que no se pierda jamás la esperanza de un futuro mejor y la confianza en la dignidad y en la capacidad de bien de la persona humana.
Peter K. A. Card. Turkson † Mario Toso, SDB
Presidente Secretario

POR UNA REFORMA DEL SISTEMA FINANCIERO Y MONETARIO INTERNACIONAL EN LA PERSPECTIVA DE UNA AUTORIDAD PÚBLICA CON COMPETENCIA UNIVERSAL
Premisa
Toda persona individualmente, toda comunidad de personas, es partícipe y responsable de la promoción del bien común. Fieles a su vocación de naturaleza ética y religiosa, las comunidades de creyentes deben en primer lugar preguntarse si los medios de los que dispone la familia humana para la realización del bien común mundial son los más adecuados. La Iglesia, por su parte, está llamada a estimular en todos, indistintamente, «el deseo de participar en el conjunto ingente de esfuerzos realizados [por los hombres] a lo largo de los siglos para lograr mejores condiciones de vida, respondiendo [así] a la voluntad de Dios».

1. Desarrollo económico y desigualdades.
La grave crisis económica y financiera, que hoy atraviesa el mundo, encuentra su origen en múltiples causas. Sobre la pluralidad y sobre el peso de estas causas persisten opiniones diversas: algunos subrayan, ante todo, los errores inherentes a las políticas económicas y financieras; otros insisten sobre las debilidades estructurales de las instituciones políticas, económicas y financieras; otros, en fin, las atribuyen a fallas de naturaleza ética, presentes en todos los niveles, en el marco de una economía mundial cada vez más dominada por el utilitarismo y el materialismo. En los distintos estadios de desarrollo de la crisis se encuentra siempre una combinación de errores técnicos y de responsabilidades morales.

En el caso del intercambio de bienes materiales y de servicios, son la naturaleza, la capacidad productiva y el trabajo en sus múltiples formas, quienes ponen un límite a la cantidad, determinando un conjunto de costes y de precios que permite, bajo ciertas condiciones, una asignación eficiente de los recursos disponibles.

Pero en materia monetaria y financiera, las dinámicas son distintas. En los últimos decenios, han sido los bancos los que han extendido el crédito, el cual ha generado moneda, lo cual a su vez ha exigido una ulterior expansión del crédito. El sistema económico ha sido impulsado en tal modo, hacia una espiral inflacionista que, inevitablemente, ha encontrado un límite en el riesgo sostenible para los institutos de crédito, sometidos a un ulterior peligro de quiebra, con consecuencias negativas para todo el sistema económico y financiero.

Después de la Segunda Guerra Mundial, las economías nacionales progresaron, aunque con enormes sacrificios de millones e incluso de miles de millones de personas que habían otorgado su confianza con su comportamiento de productores y empresarios, por un lado, y de ahorradores y consumidores, por el otro, hasta llegar a un progresivo y regular desarrollo de la moneda y de las finanzas, en conformidad con las potencialidades de crecimiento real de la economía.

A partir de los años noventa del pasado siglo, se descubre en cambio como la moneda y los títulos de crédito a nivel global aumentaron mucho más rápidamente que la producción del rédito, incluso a precios corrientes. Se derivó, por consiguiente, en la formación bolsas excesivas de liquidez y burbujas especulativas que luego se transformaron en crisis de solvencia y de confianza que se han propagado y subseguido en el transcurso de los años.

Una primera crisis se verificó en los años setenta hasta principios de los ochenta, debido a los precios del petróleo. Posteriormente se verificaron una serie de crisis en varios Países en vías de desarrollo. Baste pensar en la primera crisis de México en los años ochenta, o en las de Brasil, Rusia y Corea; y luego nuevamente en México en los años noventa, en Tailandia y en Argentina. La burbuja especulativa sobre los inmuebles y la reciente crisis financiera tienen el mismo origen: la excesiva cantidad de moneda y de instrumentos financieros a nivel global.

Mientras las crisis en los Países en vías de desarrollo, que han estado a punto de involucrar el sistema monetario y financiero global, han sido contenidas con formas de intervención por parte de los países más desarrollados, la crisis que ha estallado en el año 2008, se ha caracterizado por un elemento decisivo y disruptivo respecto a las precedentes. Se ha originado en el contexto de Estados Unidos, una de las áreas más relevantes para la economía y las finanzas mundiales, involucrando la moneda a la que se remiten todavía la gran mayoría de los intercambios internacionales.

Una orientación de tipo liberal –reticente respecto a las intervenciones públicas en los mercados– ha propiciado la quiebra de un importante instituto internacional, imaginando de este modo, delimitar la crisis y sus efectos. Se ha derivado, desafortunadamente, una propagación de la desconfianza que ha impulsado a mutar repentinamente de actitud, estimulando intervenciones públicas de diverso tipo, de enorme alcance (el 20% del producto nacional) a fin de contener las consecuencias negativas que hubieran afectado todo el sistema financiero internacional.

Las consecuencias sobre la denominada «economía real», pasando s través de las graves dificultades de algunos sectores –en primer lugar el de la construcción– y con la difusión de expectativas desfavorables, han generado una tendencia negativa de la producción y del comercio internacional, con graves repercusiones en la ocupación, y con efectos que probablemente aun no han agotado su alcance. El costo para millones, e incluso miles de millones de personas, en los Países desarrollados, pero sobre todo también en aquellos en vías de desarrollo, es inmenso.
En Países y áreas donde se carece todavía de los bienes más elementales como la salud, la alimentación y la protección contra la intemperie, más de mil millones de personas se ven obligadas a sobrevivir con unos ingresos medios de poco más de un dólar diario.

El bienestar económico global, medido en primer lugar por la producción de renta, y también por la difusión de las capabilities, se ha acrecentado, en el curso de la segunda mitad del siglo XX, en una medida y con una rapidez antes jamás experimentado en la historia del género humano.
Pero también han aumentado enormemente las desigualdades en varios Países y entre ellos. Mientras que algunos Países y áreas económicas, las más industrializadas y desarrolladas, han visto crecer notablemente la producción de la renta, otros Países han sido excluidos, de hecho, del progreso generalizado de la economía, e incluso han empeorado en su situación.

Los peligros de una situación de desarrollo económico, concebido en términos de liberalismo, han sido denunciados lúcida y proféticamente por Pablo VI –a causa de las nefastas consecuencias sobre los equilibrios mundiales y la paz– ya en 1967, después del Concilio Vaticano II, con la Encíclica Populorum progressio. El Pontífice indicó, como condiciones imprescindibles para la promoción de un auténtico desarrollo, la defensa de la vida y la promoción del progreso cultural y moral de las personas. Sobre tales fundamentos, Pablo VI afirmaba que el desarrollo plenario y planetario «es el nuevo nombre de la paz».

A cuarenta años de distancia, en el año 2007, el Fondo Monetario Internacional reconocía, en su Informe anual, la estrecha conexión por una parte de un proceso de globalización que no ha sido gobernado adecuadamente, y las fuertes desigualdades a nivel mundial por el otro. Hoy los modernos medios de comunicación hacen evidentes a todos los pueblos, ricos y pobres, las desigualdades económicas, sociales y culturales que se han producido a nivel global, creando tensiones e imponentes movimientos migratorios.

Más aún, se ha de reafirmar que el proceso de globalización, con sus aspectos positivos está a la base del grande desarrollo de la economía mundial del siglo XX. Vale la pena recordar que, entre el 1900 y el 2000, la población mundial casi se cuadruplicó y que la riqueza producida a nivel mundial creció en modo mucho más rápido de manera que los ingresos medios per cápita aumentaron fuertemente. A la vez, sin embargo, no ha aumentado la equitativa distribución de la riqueza; sino que en muchos casos ha empeorado.

¿Pero qué es lo que ha impulsado al mundo en esta dirección extremadamente problemática incluso para la paz? Ante todo, un liberalismo económico sin reglas y sin supervisión. Se trata de una ideología, de una forma de «apriorismo económico», que pretende tomar de la teoría las leyes del funcionamiento del mercado y las denominadas leyes del desarrollo capitalista, exagerando algunos de sus aspectos. Una ideología económica que establezca a priori las leyes del funcionamiento del mercado y del desarrollo económico, sin confrontarse con la realidad, corre el peligro de convertirse en un instrumento subordinado a los intereses de los Países que ya gozan, de hecho, de una posición de mayores ventajas económicas y financieras.

Reglas y controles, si bien de manera imperfecta, con frecuencia están presentes a nivel nacional y regional; sin embargo a nivel internacional, dichas reglas y controles se realizan y se consolidan con dificultad. A la base de las disparidades y de las distorsiones del desarrollo capitalista, se encuentra en gran parte, además de la ideología del liberalismo económico, la ideología utilitarista, es decir la impostación teórico-práctica según la cual «lo que es útil para el individuo conduce al bien de la comunidad». Es necesario notar que una «máxima» semejante, contiene un fondo de verdad, pero no se puede ignorar que no siempre lo que es útil individualmente, aunque sea legítimo, favorece el bien común. En más de una ocasión es necesario un espíritu de solidaridad que trascienda la utilidad personal por el bien de la comunidad.

En los años veinte del siglo pasado, algunos economistas ya habían puesto en guardia para que no se diera crédito excesivamente, en ausencia de reglas y controles, a esas teorías, que hoy se han transformado en ideologías y praxis dominantes a nivel internacional. Un efecto devastante de estas ideologías, sobre todo en las últimas décadas del siglo pasado y en los primeros años del nuevo siglo, ha sido la explosión de la crisis, en la que aún se encuentra sumergido el mundo.

Benedicto XVI, en su encíclica social, ha individuado de manera precisa la raíz de una crisis que no es solamente de naturaleza económica y financiera, sino antes de todo, es de tipo moral, además de ideológica. La economía, en efecto –observa el Pontífice– tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento, no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona. El Papa ha denunciado, a continuación, el papel desempeñado por el utilitarismo y por el individualismo, así como las responsabilidades de quienes los han asumido y difundido como parámetro para el comportamiento óptimo de aquellos – operadores económicos y políticos – que actúan e interactúan en el contexto social. Pero Benedicto XVI ha también descubierto y denunciado una nueva ideología, la «ideología de la tecnocracia».

2. El rol de la técnica y el desafío ético.
El enorme desarrollo económico y social del siglo pasado, ciertamente luego con sus luces, pero también con sus graves aspectos de sombra, se debe, en gran parte, al continuado desarrollo de la técnica y, en las décadas más recientes, a los progresos de la informática y a sus aplicaciones, a la economía y, en primer lugar, a las finanzas.

Para interpretar con lucidez la actual nueva cuestión social, es necesario evitar el error, hijo también de la ideología neoliberal, de considerar que los problemas por afrontar son de orden exclusivamente técnico. En cuanto tales, escaparían a la necesidad de un discernimiento y de una valoración de tipo ético. Pues bien, la encíclica de Benedicto XVI pone en guardia contra los peligros de la ideología de la tecnocracia, es decir de aquella absolutización de la técnica que «tiende a producir una incapacidad de percibir todo aquello que no se explica con la pura materia» y a minimizar el valor de las decisiones del individuo humano concreto que actúa en el sistema económico-financiero, reduciéndolas a meras variables técnicas. La cerrazón a un «más allá», comprendido como algo más, respecto a la técnica, no sólo hace imposible el encontrar soluciones adecuadas para los problemas, sino que empobrece cada vez más, a nivel material y moral, a las principales víctimas de la crisis.

También en el contexto de la complejidad de los fenómenos, la relevancia de los factores éticos y culturales no puede, por lo tanto ser desatendida ni subestimada. La crisis, en efecto, ha revelado comportamientos de egoísmo, de codicia colectiva y de acaparamiento de los bienes a grande escala. Nadie puede resignarse a ver al hombre vivir como «un lobo para el otro hombre», según la concepción evidenciada por Hobbes. Nadie, en conciencia, puede aceptar el desarrollo de algunos Países en perjuicio de otros. Si no se pone remedio a las diversas formas de injusticia, los efectos negativos que se producirán a nivel social, político y económico estarán destinados a originar un clima de hostilidad creciente, e incluso de violencia, hasta minar las bases mismas de las instituciones democráticas, aún de aquellas consideradas más sólidas.

Por el reconocimiento de la primacía del ser respecto al del tener, de la ética respecto a la economía, los pueblos de la tierra deberían asumir, como alma de su acción, una ética de la solidaridad, abandonando toda forma de mezquino egoísmo, abrazando la lógica del bien común mundial que trasciende el mero interés contingente y particular. Deberían, en fin de cuentas, mantener vivo el sentido de pertenencia a la familia humana en nombre de la común dignidad de todos los seres humanos: «por encima de la lógica de los intercambios a base de los parámetros y de sus formas justas, existe algo que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su eminente dignidad».

Ya en 1991, después del fracaso del colectivismo marxista, el Beato Juan Pablo II había puesto en guardia contra el peligro de «una idolatría del mercado, que ignora la existencia de bienes que, por su naturaleza, no son ni pueden ser simples mercancías». Es preciso, hoy sin demora acoger su amonestación y tomar un camino más en sintonía con la dignidad y con la vocación trascendente de la persona y de la familia humana.

3. El gobierno de la globalización.
En el camino hacia la construcción de una familia humana más fraterna y más justa y, aún antes, de un nuevo humanismo abierto a la trascendencia, se presenta particularmente actual la enseñanza del Beato Juan XXIII. En la profética Carta encíclica Pacem in Terris del 1963, él advertía ya que el mundo se estaba dirigiendo hacia una unificación cada vez mayor. Tomaba pues conciencia, del hecho que en la comunidad humana, había disminuido la correspondencia entre la organización política a nivel mundial y las exigencias objetivas del bien común universal. Por consiguiente, auguraba fuera creada un día, una «Autoridad pública mundial».

Ante la unificación del mundo, propiciada por el complejo fenómeno de la globalización; ante la importancia de garantizar, además de los otros bienes colectivos, el bien representado por un sistema económico-financiero mundial libre, estable y al servicio de la economía real, la enseñanza de la Pacem in terris se presenta, hoy en día, aún más vital y digna de urgente concretización.

El mismo Benedicto XVI, en el surco trazado por la Pacem in terris, ha expresado la necesidad de constituir una Autoridad política mundial. Dicha necesidad se presenta además evidente, si se piensa que la agenda de cuestiones a tratar a nivel global se hace cada vez más amplia. Piénsese, por ejemplo, en la paz y la seguridad; en el desarme y el control de armamentos; en la promoción y la tutela de los derechos humanos fundamentales; en el gobierno de la economía y en las políticas de desarrollo; en la gestión de los flujos migratorios y en la seguridad alimentaria; en la tutela del medio ambiente.

En todos esos campos, resulta cada vez más evidente la creciente interdependencia entre los Estados y las regiones del mundo, y la necesidad de respuestas, no sólo sectoriales y aisladas, sino sistemáticas e integradas, inspiradas por la solidaridad y por la subsidiaridad, y orientadas hacia el bien común universal. Como lo recuerda Benedicto XVI, si no se sigue ese camino, también «el derecho internacional, no obstante los grandes progresos alcanzados en los diversos campos, correría el riesgo de estar condicionado por los equilibrios de poder entre los más fuertes».

La finalidad de la Autoridad pública, recordaba ya Juan XXIII en la Pacem in Terris, es, ante todo, la de servir al bien común. Dicha Autoridad, por tanto, debe dotarse de estructuras y mecanismos adecuados, eficaces, es decir, a la altura de la propia misión y de las expectativas que en ella se ponen. Esto es particularmente verdadero al interno de un mundo globalizado, que hace a las personas y a los pueblos permanecer cada vez más interconectados e interdependientes, pero que muestra también el peso del egoísmo y de los intereses sectoriales, entre los cuales la existencia de mercados monetarios y financieros de carácter prevalentemente especulativo, perjudiciales para la «economía real», en especial de los Países más débiles.

Es este un proceso complejo y delicado. Tal Autoridad supranacional debe, en efecto, poseer una impostación realista y ha de ponerse en práctica gradualmente, para favorecer también la existencia de sistemas monetarios y financieros eficientes y eficaces, es decir, mercados libres y estables, disciplinados por un marco jurídico adecuado, funcionales en orden al desarrollo sostenible y al progreso social de todos, e inspirados por los valores de la caridad y de la verdad. Se trata de una Autoridad con un horizonte planetario, que no puede ser impuesta por la fuerza, sino que debería ser la expresión de un acuerdo libre y compartido, más allá de las exigencias permanentes e históricas del bien común mundial, y no fruto de coerciones o de violencias. Debería surgir de un proceso de maduración progresiva de las conciencias y de las libertades, así como del conocimiento de las crecientes responsabilidades.

No pueden, en consecuencia, ser desatendidos considerandos superfluos, elementos como la confianza recíproca, la autonomía y la participación. El consenso debe involucrar, un número cada vez mayor de Países que se adhieren por convicción, mediante ese diálogo sincero que no margina, sino más aún que valora las opiniones minoritarias. La Autoridad mundial debería, pues, involucrar coherentemente a todos los pueblos en una colaboración a la que están llamados a contribuir con el patrimonio de sus propias virtudes y civilizaciones.

La constitución de una Autoridad política mundial debería estar precedida por una fase preliminar de concertación, de la que emergerá una institución legitimada, capaz de proporcionar una guía eficaz y, al mismo tiempo, de permitir que cada País exprese y procure el propio bien particular. El ejercicio de una Autoridad semejante, puesta al servicio del bien de todos y de cada uno, será necesariamente super partes, es decir, por encima de toda visión parcial y de todo bien particular, en vistas a la realización del bien común. Sus decisiones no deberán ser el resultado del pre-poder de los Países más desarrollados sobre los Países más débiles. Deberán, en cambio, ser asumidas que asumirlas, en el interés de todos y no sólo en ventaja de algunos grupos formados por lobbies privadas o por Gobiernos nacionales.

Una institución supranacional, expresión de una «comunidad de las Naciones», no podrá por otra parte, durar por mucho tiempo, si las diversidades de los Países, a nivel de las culturas, de los recursos materiales e inmateriales, y de las condiciones históricas y geográficas, no son reconocidas y plenamente respetadas. La ausencia de un consenso convencido, alimentado por una incesante comunión moral de la comunidad mundial, debilitaría la eficacia de la correspondiente Autoridad.

Lo que vale a nivel nacional vale también a nivel mundial. La persona no está hecha para servir incondicionalmente a la Autoridad, cuya tarea es la de ponerse al servicio de la persona misma, en coherencia con el valor preeminente de la dignidad del ser humano. Del mismo modo, los Gobiernos no deben servir incondicionalmente a la Autoridad mundial. Esta última, ante todo debe ponerse al servicio de los diversos Países miembros, de acuerdo al principio de subsidiaridad, creando, entre otras, las condiciones socioeconómicas, políticas y jurídicas indispensables también para la existencia de mercados eficientes y eficaces, que no estén hiperprotegidos por políticas nacionales paternalistas, ni debilitados por déficit sistemáticos de las finanzas públicas y de los Productos nacionales que, de hecho, impiden a los mercados operar en un contexto mundial como instituciones abiertas y competitivas.

En la tradición del Magisterio de la Iglesia, retomada con vigor por Benedicto XVI, el principio de subsidiaridad debe regular las relaciones entre el Estado y las comunidades locales, entre las Instituciones públicas y las Instituciones privadas, sin excluir aquellas monetarias y financieras. Así, en un nivel ulterior, debe regir las relaciones entre una eventual, futura Autoridad pública mundial y las instituciones regionales y nacionales. Tal principio es en garantía tanto la legitimidad democrática, como la eficacia de las decisiones de quienes están llamados a tomarlas. Permite respetar la libertad de las personas y de las comunidades de personas y, al mismo tiempo, responsabilizarlas respecto de los objetivos y de los deberes que les competen.

Según la lógica de la subsidiaridad, la Autoridad superior ofrece su subsidium, es decir su ayuda, cuando la persona y los actores sociales y financieros son intrínsecamente inadecuados o no logran hacer por sí mismos lo que les es requerido. Gracias al principio de solidaridad, se construye una relación durable y fecunda entre la sociedad civil planetaria y una Autoridad pública mundial, cuando los Estados, los cuerpos intermedios, las diversas sociedades – incluidas aquellas económicas y financieras – y los ciudadanos toman las decisiones dentro de la prospectiva del bien común mundial, que trasciende el nacional.

«El gobierno de la globalización» - se lee en la Caritas in Veritate - «debe ser de tipo subsidiario, articulado en múltiples niveles y planos diversos, que colaboren recíprocamente». Sólo así se puede evitar el riesgo del aislamiento burocrático de la Autoridad central, que correría el peligro de la deslegitimación de una separación demasiado grande de las realidades sobre las cuales se funda, y podría fácilmente caer en tentaciones paternalistas, tecnocráticas, o hegemónicas.

Sin embargo permanece aún un largo camino por recorrer antes de llegar a la constitución de una tal Autoridad pública con competencia universal. La lógica desearía que el proceso de reforma se desarrollase teniendo como punto de referencia la Organización de las Naciones Unidas, en razón de la amplitud mundial de sus responsabilidades, de su capacidad de reunir las Naciones de la tierra, y de la diversidad de sus propias tareas y de las de sus Agencias especializadas.

El fruto de tales reformas debería ser una mayor capacidad de adopción de políticas y opciones vinculantes, por estar orientadas a la realización del bien común a nivel local, regional y mundial. Entre las políticas aparecen como más urgentes aquellas relativas a la justicia social global: políticas financieras y monetarias que no dañen los Países más débiles; políticas dirigida a la realización de mercados libres y estables y una distribución ecua de la riqueza mundial incluso mediante formas inéditas de solidaridad fiscal global, de la cual se referirá más adelante.

En el proceso de la constitución de una Autoridad política mundial no se pueden desvincular las cuestiones de governance (es decir, de un sistema de simple coordinación horizontal sin una Autoridad super partes), de aquellas de un shared government (es decir de un sistema que, además de la coordinación horizontal, establezca una Autoridad super partes) funcional y proporcionado al gradual desarrollo de una sociedad política mundial. La constitución de una Autoridad política mundial no podrá ser lograda sin una práctica previa de multilateralismo, no sólo a nivel diplomático, sino también y principalmente en el ámbito de los programas para el desarrollo sostenible y para la paz. No se puede llegar a un Gobierno mundial si no es dando una expresión política a interdependencias y cooperaciones preexistentes.

4. Hacia una reforma del sistema financiero y monetario internacional que responda a las exigencias de todos los Pueblos.
En materia económica y financiera, las dificultades más relevantes se derivan de la carencia de un eficaz conjunto de estructuras capaces de garantizar, además de un sistema de governance, un sistema de government de la economía y de las finanzas internacionales. ¿Qué se puede decir de esta prospectiva? ¿Cuáles son los pasos que se deben desarrollar concretamente?

Con referencia al actual sistema económico y financiero mundial, se deben subrayar dos elementos determinantes: el primero es la gradual disminución de la eficiencia de las instituciones de Bretton Woods, desde los inicios de los años Setenta. En particular, el Fondo Monetario Internacional ha perdido un carácter esencial para la estabilidad de las finanzas mundiales, es decir, el de reglamentar la creación global de moneda y de velar sobre el monto de riesgo del crédito asumido por el sistema. En definitiva, ya no se dispone más de ese «bien público universal» que es la estabilidad del sistema monetario mundial.

El segundo factor es la necesidad de un corpus mínimo compartido de reglas necesarias para la gestión del mercado financiero global, que ha crecido mucho más rápidamente que la «economía real» habiéndose velozmente desarrollado, por efecto de un lado, de la abrogación generalizada de los controles sobre los movimientos de capitales y de la tendencia a la desreglamentación de las actividades bancarias y financieras; y, por el otro, con los progresos de la técnica financiera favorecidos por los instrumentos informáticos.

En el plano estructural, en la última parte del siglo anterior, la moneda y las actividades financieras a nivel global crecieron mucho más rápidamente que las producciones de bienes y servicios. En dicho contexto, la cualidad del crédito ha tendido a disminuir, hasta exponer a los institutos de crédito a un riesgo mayor de aquel razonablemente sostenible. Baste observar lo acaecido a los grandes y pequeños institutos de crédito en el contexto de las crisis que se manifestaron en los años ochenta y noventa del siglo anterior y, en fin, en la crisis de 2008.
Aún en la última parte del siglo anterior, se desarrolló la tendencia a definir las orientaciones estratégicas de la política económica y financiera al interno de clubes y de grupos más o menos amplios de los Países más desarrollados. Sin negar los aspectos positivos de este enfoque, no se puede dejar de notar que así, no parece respetarse plenamente el principio representativo, en particular de los Países menos desarrollados o emergentes.

La necesidad de tener en cuenta la voz de un mayor número de Países ha conducido, por ejemplo, a la ampliación de dichos grupos, pasando así del G7 al G20. Ha sido, ésta, una evolución positiva, en cuanto ha consentido involucrar, en las orientaciones para la economía y las finanzas globales, la responsabilidad de Países con una población más elevada, en vías de desarrollo y emergentes.

En el ámbito del G20 pueden, por lo tanto, madurar directrices concretas que, oportunamente elaboradas en las apropiadas sedes técnicas, podrán orientar los órganos competentes a nivel nacional y regional en la consolidación de las instituciones existentes y en la creación de nuevas instituciones con apropiados y eficaces instrumentos a nivel internacional.

Los líderes mismos del G20 afirman en la Declaración final de Pittsburgh de 2009 que «la crisis económica demuestra la importancia de comenzar una nueva era de la economía global basada en la responsabilidad». A fin de hacer frente a la crisis y abrir una nueva era «de la responsabilidad», además de las medidas de tipo técnico y de corto plazo, los leaders proponen una «reforma de la arquitectura global para afrontar las exigencias del siglo XXI»; y por tanto además «un marco que permita definir las políticas y las medidas comunes con el objeto de producir un desarrollo global sólido, sostenible y equilibrado». Es preciso por tanto, dar inicio a un proceso de profunda reflexión y de reformas, recorriendo vías creativas y realistas, que tiendan a valorizar los aspectos positivos de las instituciones y de los fora ya existentes.


Una atención específica debería reservarse a la reforma del sistema monetario internacional y, en particular, al empeño para dar vida a una cierta forma de control monetario global, desde luego ya implícita en los Estudios del Fondo Monetario Internacional. Es evidente que, en cierta medida, esto equivale a poner en discusión los sistemas de cambio existentes, para encontrar modos eficaces de coordinación y supervisión. Se trata de un proceso que debe involucrar también a los Países emergentes y en vías de desarrollo, al momento de definir las etapas de adaptación gradual de los instrumentos existentes.

En el fondo se delinea, en prospectiva, la exigencia de un organismo que desarrolle las funciones de una especie de «Banco central mundial» que regule el flujo y el sistema de los intercambios monetarios, con el mismo criterio que los Bancos centrales nacionales. Es necesario redescubrir la lógica de fondo, de paz, coordinación y prosperidad común, que portaron a los Acuerdos de Bretton Woods, para proveer respuestas adecuadas a las cuestiones actuales. A nivel regional, dicho proceso podría realizarse con valorización de las instituciones existentes como, por ejemplo, el Banco Central Europeo. Esto requeriría, sin embargo, no sólo una reflexión a nivel económico y financiero, sino también y ante todo, a nivel político, con miras a la constitución de instituciones públicas correspondientes que garanticen la unidad y la coherencia de las decisiones comunes.

Estas medidas se deberían ser concebidas como unos de los primeros pasos en la prospectiva de una Autoridad pública con competencia universal; como una primera etapa de un más amplio esfuerzo de la comunidad mundial por orientar sus instituciones hacia la realización del bien común. Deberán seguir otras etapas, teniendo en cuenta que las dinámicas que conocemos pueden acentuarse, pero también acompañarse de cambios que hoy día sería en vano tratar de prever.
En dicho proceso, es necesario recuperar la primacía de lo espiritual y de la ética y, con ello, la primacía de la política – responsable del bien común – sobre la economía y las finanzas. Es necesario volver a llevar estas últimas al interno de los confines de su real vocación y de su función, incluida aquella social, en vista de sus evidentes responsabilidades hacia la sociedad, para dar vida a mercados e instituciones financieras que estén efectivamente al servicio de la persona, es decir, que sean capaces de responder a las exigencias del bien común y de la fraternidad universal, trascendiendo toda forma de monótono economicismo y de mercantilismo performativo.

En la base de dicho enfoque de tipo ético, parece pues, oportuno reflexionar, por ejemplo,
a) sobre medidas de imposición fiscal a las transacciones financieras, mediante alícuotas equitativas, pero moduladas con gastos proporcionados a la complejidad de las operaciones, sobre todo de las que se realizan en el mercado «secundario». Dicha imposición sería muy útil para promover el desarrollo global y sostenible, según los principios de la justicia social y de la solidaridad; y podría contribuir a la constitución de una reserva mundial de apoyo a los Países afectados por la crisis, así como al saneamiento de su sistema monetario y financiero; b) sobre formas de recapitalización de los bancos, incluso con fondos públicos, condicionando el apoyo a comportamientos «virtuosos» y finalizados a desarrollar la «economía real»; c) sobre la definición de ámbito de actividad del crédito ordinario y del Investment Banking. Tal distinción permitiría una disciplina más eficaz de los «mercados paralelos» privados de controles y de límites.

Un sano realismo requeriría el tiempo necesario para construir amplios consensos, pero el horizonte del bien común universal está siempre presente con sus exigencias ineludibles. Es deseable, por consiguiente, que todos los que, en las Universidades y en los diversos Institutos, llamados a formar las clases dirigentes del mañana, es deseable se dediquen a prepararlas para asumir sus propias responsabilidades de discernir y de servir al bien público global, en un mundo que cambia constantemente. Es necesario resolver la divergencia entre la formación ética y la preparación técnica, evidenciando en modo particular la ineludible sinergia entre los campos de la praxis y de la poiésis. El mismo esfuerzo es requerido a todos los que están en grado de iluminar la opinión pública mundial, para ayudarla a afrontar este mundo nuevo no ya en la angustia, sino en la esperanza y en la solidaridad.

Conclusiones
En medio de las incertezas actuales, en una sociedad capaz de movilizar medios ingentes, pero cuya reflexión en el campo cultural y moral permanece inadecuada respecto a su utilización en orden a la obtención de fines apropiados, estamos llamados a no rendirnos, y a construir sobre todo, un futuro que tenga sentido para las generaciones venideras. No se ha de temer el proponer cosas nuevas, aunque puedan desestabilizar equilibrios de fuerza preexistentes que dominan a los más débiles. Son una semilla que se arroja en la tierra, que germinará y no tardará en dar frutos.

Como ha exhortado Benedicto XVI, son indispensables personas y operadores, en todos los niveles –social, político, económico y profesional– motivados por el valor de servir y promover el bien común mediante una vida buena. Sólo ellos lograrán vivir y ver más allá de las apariencias de las cosas, percibiendo el desvarío entre lo real existente y lo posible nunca antes experimentado.

Pablo VI ha subrayado la fuerza revolucionaria de la «imaginación prospectiva», capaz de percibir en el presente las posibilidades inscritas en él y de orientar a los seres humanos hacia un futuro nuevo. Liberando la imaginación, la persona humana libera su propia existencia. A través de un compromiso de imaginación comunitaria es posible transformar, no sólo las instituciones, sino también los estilos de vida, y suscitar un futuro mejor para todos los pueblos.

Los Estados modernos, en el transcurso del tiempo, se han transformado en conjuntos estructurados, concentrando la soberanía al interior del propio territorio. Sin embargo las condiciones sociales, culturales y políticas han mutado progresivamente. Ha aumentado su interdependencia – hasta llegar a ser natural el pensar en una comunidad internacional integrada y regida cada vez más por un ordenamiento compartido – pero no ha desaparecido una forma deteriorada de nacionalismo, según el cual el Estado considera poder conseguir de modo autárquico, el bien de sus propios ciudadanos.

Hoy, todo eso parece surreal y anacrónico. Hoy, todas las naciones, pequeñas o grandes, junto con sus Gobiernos, están llamadas a superar dicho «estado de naturaleza» que ve a los Estados en perenne lucha entre sí. No obstante de algunos aspectos negativos, la globalización está unificando en mayor medida a los pueblos, impulsándolos a dirigirse hacia un nuevo «estado de derecho» a nivel supranacional, apoyado por una colaboración más intensa y fecunda.

Con una dinámica análoga a la que en el pasado ha puesto fin a la lucha «anárquica», entre clanes y reinos rivales, en orden a la constitución de Estados nacionales, la humanidad hoy, tiene que comprometerse en la transición de una situación de luchas arcaicas entre entidades nacionales, hacia un nuevo modelo de sociedad internacional con mayor cohesión, poliárquica, respetuosa de la identidad de cada pueblo, dentro de las múltiples riquezas de una única humanidad. Este pasaje, que por lo demás tímidamente ya se está en curso, aseguraría a los ciudadanos de todos los Países – cualquiera que sea la dimensión o la fuerza que posee – paz y seguridad, desarrollo, libres mercados, estables y transparentes. «Así como dentro de cada Estado [...] el sistema de la venganza privada y de la represalia ha sido sustituido por el imperio de la ley –advierte Juan Pablo II– «así también es urgente ahora que semejante progreso tenga lugar en la Comunidad internacional».

Los tiempos para concebir instituciones con competencia universal llegan cuando están en juego bienes vitales y compartidos por toda la familia humana, que los Estados, individualmente, no son capaces de promover y proteger por sí solos. Existen, pues, las condiciones para la superación definitiva de un orden internacional «westfaliano», en el que los Estados perciben la exigencia de la cooperación, pero no asumen la oportunidad de una integración de las respectivas soberanías para el bien común de los pueblos.

Es tarea de las generaciones presentes reconocer y aceptar conscientemente esta nueva dinámica mundial hacia la realización de un bien común universal. Ciertamente, esta transformación se realizará al precio de una transferencia gradual y equilibrada de una parte de las competencias nacionales a una Autoridad mundial y a las Autoridades regionales, pero esto es necesario en un momento en el cual el dinamismo de la sociedad humana y de la economía, y el progreso de la tecnología trascienden las fronteras, que en el mundo globalizado, de hecho están ya erosionadas.

La concepción de una nueva sociedad, la construcción de nuevas instituciones con vocación y competencia universales, son una prerrogativa y un deber de todos, sin distinción alguna. Está en juego el bien común de la humanidad, y el futuro mismo. En este contexto, para cada cristiano hay una especial llamada del Espíritu a comprometerse con decisión y generosidad, para que las múltiples dinámicas en acto, se dirijan las hacia prospectivas de la fraternidad y del bien común. Se abren inmensas áreas de trabajo para el desarrollo integral de los pueblos y de cada persona. Como afirman los Padres del Concilio Vaticano II, se trata de una misión al mismo tiempo social y espiritual que, «en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios».

En un mundo en vías de una rápida globalización, remitirse a una Autoridad mundial llega a ser el único horizonte compatible con las nuevas realidades de nuestro tiempo y con las necesidades de la especie humana. No ha de ser olvidado, sin embargo, que esta paso, dada la naturaleza herida de los seres humanos, no se realiza sin angustias y sufrimientos.

La Biblia, con el relato de la Torre de Babel (Génesis 11,1-9) advierte cómo la «diversidad» de los pueblos puede transformarse en vehículo de egoísmo e instrumento de división. En la humanidad está muy presente el riesgo de que los pueblos terminen por no comprenderse más y que las diversidades culturales sean motivo de contraposiciones insanables. La imagen de la Torre de Babel también nos señala que es necesario preservarse de una «unidad» sólo aparente, en la que no cesan los egoísmos y las divisiones, porque los fundamentos de la sociedad no son estables. En ambos casos, Babel es la imagen de lo que los pueblos y los individuos pueden llegar a ser cuando no reconocen su intrínseca dignidad trascendente y su fraternidad.

El espíritu de Babel es la antítesis del Espíritu de Pentecostés (Hechos 2, 1-12), del designio de Dios para toda la humanidad, es decir, la unidad en la diversidad. Sólo un espíritu de concordia, que supere las divisiones y los conflictos, permitirá a la humanidad el ser auténticamente una única familia, hasta concebir un mundo nuevo con la constitución de una Autoridad pública mundial, al servicio del bien común.

[Traducción tomada de Radio Vaticana]
[©Libreria Editrice Vaticana]
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miércoles, 26 de octubre de 2011

¿Hacia dónde marchan las creencias religiosas?


Un par de libros recientes ofrecen una interesante perspectiva sobre la situación actual de la religión en Estados Unidos y lo que al respecto podemos esperar de quienes están llegando a la edad adulta. El primero, FutureCast: What Today's Trends Mean for Tomorrow World (Barna Books), lo ha escrito George Barna, un prolífico escritor que ha fundado el Barna Research Group. Basado en numerosas encuestas de opinión, el libro trata de dónde está la sociedad actual en una serie de temas sociales.

Tres de los capítulos del libro se ocupan de la creencia y práctica religiosa. La pertenencia religiosa se ha mantenido muy estable, con un 84% de personas que se consideraban cristianos en 1991, y un 85% en el 2010. Barna observaba, sin embargo, que muchos utilizan este título sin el respaldo de una práctica religiosa.

Por ejemplo, sólo el 45% creen firmemente que la Biblia acierta totalmente con los principios que enseña. Esta cifra disminuye hasta sólo el 30% para los nacidos de 1984 en adelante. Sólo el 34% de los adultos creen en público que hay una verdad moral absoluta, con apenas una variación del 3% para los nacidos en 1984 o después. Barna señalaba también que entre los adultos pertenecientes a una Iglesia cristiana sólo la mitad afirman estar comprometidos de modo profundo con su fe cristiana.

Uno de los últimos cambios en la propia identidad religiosa es el aumento de aquellos que se consideran a sí mismo espirituales pero no religiosos. Cerca de una cuarta parte de los adultos afirman esto y, para los menores de 30 años, es la norma. La frase puede significar muchas cosas, pero Barna comentaba que, por lo general, refleja una indiferencia general hacia los programas, acontecimientos y tradiciones de las iglesias.

Esto se refleja en el hecho de que sólo el 17% creen que su fe en Dios está destinada a desarrollarse sobre todo a través de la participación en una iglesia local. A pesar de esto, el nivel de asistencia semanal a la Iglesia se ha mantenido en un 40%-45% durante los últimos 20 años. Esta aparente constancia esconde grandes cambios en cuanto a los miembros de las iglesias. Las Iglesias protestantes más antiguas, conocidas como Iglesias históricas, son ahora más parecidas a iglesias marginales debido a su continuo descenso. Las Iglesias protestantes a las que les va bien son las de los evangélicos y pentecostales.

También hay un aumento de formas alternativas de iglesia. Las Iglesias hogar, en las que pequeños grupos de personas se reúnen en un casa, están empezando a hacerse populares en Estados Unidos. Otras formas alternativas incluyen lo que Barna denomina cyberiglesias, reuniones vía internet. También se ha vuelto común que los norteamericanos cambien de Iglesia. La Iglesia católica es la gran perdedora aquí, habiendo perdido un número que equivale al 10% de todos los adultos del país, una pérdida compensada, no obstante, por la afluencia de católicos latinoamericanos a los Estados Unidos.

Barna también encontró que no son tantos los factores doctrinales los que motivan a la gente a cambiar de Iglesia. Actualmente las razones son mucho más subjetivas, centradas en las personalidades, la conveniencia, y el potencial de relaciones y experiencias.

Adultos emergentes: El segundo libro se centra en un grupo más reducido de personas. Christian Smith, profesor de sociología en la Universidad de Notre Dame, llevó a cabo, junto a algunos colegas, una serie de entrevistas en profundidad con una amplia gama de personas de entre 18 y 23 años. Los sociólogos llamaban a estas personas “adultos emergentes” y han reflejado sus hallazgos en el libro Lost in Transition: The Dark Side of Emerging Adulthood (Oxford University Press).

En primer lugar, enumeraban una serie de factores que han jugado un papel crucial en la formación de estos jóvenes.
- El espectacular crecimiento de la educación superior, lo que ha significado que muchos extiendan su educación más allá de cumplidos los 20.
- El retraso de la edad de casarse, lo que ha dado lugar a dado lugar a una libertad sin precedentes durante la década posterior al fin del instituto.
- Cambios económicos que hacen más difícil a los jóvenes encontrar un puesto de trabajo estable y bien remunerado.
- La voluntad de los padres de apoyar económicamente a sus hijos hasta bien pasados sus 20 años.
- La disponibilidad del control de natalidad que ha desligado las relaciones sexuales de la procreación.
- La amplia difusión de teorías postestructuralistas y postmodernistas que promueven el subjetivismo individualista y el relativismo moral.

El libro comienza con un largo capítulo titulado “A la deriva moral”. Los adultos emergentes han pensado que la moral, que han encontrado, no era consistente, ni coherente ni articulada. Un factor que ha contribuido a esto es que pocos miembros de este grupo se han dedicado antes a pensar sobre el tipo de cuestiones que se les plantea en temas morales.

El libro observaba que muchas de las deficiencias en sus respuestas se deben a dos factores principales. Primero, al intentar dar con el bien en sus juicios morales tienen la predisposición a estar en contra de aceptar lo que el libro describe como “absolutismo moral coercitivo”. Segundo, la mayoría de los adultos emergentes han recibido una educación muy pobre a la hora de pensar en cuestiones morales.

Los jóvenes tienen una visión muy individualista de la moral. Esto les lleva a decir que no se debe juzgar a nadie en asuntos morales, ya que tienen derecho a sus opiniones personales. Una estudiante universitaria explicaba, por ejemplo, que ella no hacía trampas en sus estudios, pero se abstenía de juzgar a sus compañeros que sí las hacían.

A otra de las entrevistadas se le preguntó si era correcto que una persona rompiera las normas morales para salirse con la suya y lograr un beneficio. Respondió diciendo que si la persona pensaba que no estaba mal, entonces, por definición, no estaba mal. Admitía que el robo era algo tonto, pero después decía que cometer un robo no te convertía en una mala persona.

Tonto: Llegaron a la conclusión que, según esta postura: “Algunas cosas están bien, y otras son tontas, si bien no está claro que algo sea objetiva y moralmente bueno o malo”.
El relativismo moral caracteriza también a muchos de los entrevistados. Por otro lado, muchos de ellos expresaron ideas que eran racionalmente inconsistentes.

La idea de que la moral es una construcción de la sociedad y de la cultura puede llegar tan lejos en un debate que un joven no expresó juicio negativo alguno sobre la esclavitud. Otro defendió la rectitud moral de los terroristas que causan la muerte de mucha gente.
“Son así, hacen lo que creen que es lo mejor que podrían hacer y, por eso, hacen el bien”, fue parte de la explicación dada por este joven.

Este fuerte relativismo era profesado por un tercio de los entrevistados, con los otros dos tercios no muy alejados. Muchos de este último grupo tampoco tenían clara su postura moral. Ni tampoco fueron capaces de explicar o defender sus afirmaciones morales que hacían.
Todos los adultos emergentes creían, de alguna forma, en algo llamado moral. Los sociólogos descubrieron que, al preguntarles acerca de las fuentes de la moral, la mayor parte de lo que decían simplemente no resistía un examen crítico básico.

No menos del 34% declaró que no sabían lo que hacía que una cosa fuera moralmente correcta o incorrecta, y algunos de ellos simplemente no entendían las preguntas sobre este tema.
En cuanto a los demás, sus respuestas fueron muy diversas. Algunos pensaban que la moral se definía por lo que otras personas pensaban de alguien. El 40% de este grupo citó, en mayor o menor medida, este criterio. Otros describían la base de la moral en función de si mejoraba la situación de la gente. Otro factor determinante para algunos era si algo dañaba a otras personas.

En su conclusión al capítulo sobre la moral, los autores señalaban que los adultos emergentes tienen muy poco bagaje para afrontar los desafíos del presente y del futuro, y forman una generación que ha fracasado en cuanto a formación moral. Aunque hay que ser precavidos a la hora de generalizar las encuestas y sondeos de opinión hechas a grupos pequeños, no obstante, las evidencias recogidas en ambos libros son un buen recordatorio de los desafíos a que se enfrentan las iglesias y todas las personas preocupadas por la moral.

Por el padre John Flynn, L. C. (ZENIT.org)

“Ellos dicen una cosa y hacen otra”


Comentario al Evangelio del Domingo XXXI Ordinario – Ciclo A (Mateo 23, 1-12):

Entonces Jesús, dirigiéndose a la multitud y a los discípulos, dijo:
-En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos. Ustedes hagan y cumplan lo que ellos digan, pero no los imiten; porque dicen y no hacen. atan fardos pesados, (difíciles de llevar)y se los cargan en la espalda a la gente, mientras ellos se niegan a moverlos con el dedo. Todo lo hacen para exhibirse ante la gente; llevan cintas anchas y flecos llamativos en sus mantos. Les gusta ocupar los primeros puestos en las comidas y los primeros asientos en las sinagogas; que los salude la gente por la calle y los llame maestros.

Ustedes no se hagan llamar maestros, porque uno solo es su maestro, mientras que todos ustedes son hermanos. En la tierra a nadie llamen Padre, el del cielo. Ni se llamen jefes, porque sólo tienen un jefe que es el Mesías. El mayor de ustedes que se haga servidor de los demás. Quien se alaba será humillado, quien se humilla será alabado.


Suena el timbre de la puerta y sale el niño a ver quién es. Pregunta un señor por su mamá. Viene ofreciendo repuestos para ollas a presión. Va el niño hasta la cocina, donde la mamá está atareada por las labores domésticas y le dice: “Mamá, te busca un señor en la puerta”. La mamá, un poco desesperada porque llega la hora del almuerzo y todavía no está todo listo, le dice: “Ve y dile que no estoy; que venga después”. El niño, en su inocencia, regresa a la puerta y le dice al señor: “Manda decir mi mamá que no está; que por favor vuelva más tarde”. El señor, evidentemente, como los personajes de Condorito, se cae para atrás...

Esta escena, con variables muy diversas, se suele repetir en medio de nuestras familias con mucha frecuencia... Luego, cuando el niño le dice a la mamá que estaba haciendo tareas en la casa de un vecino, pero llega sudando y con los zapatos raspados de tanto jugar fútbol en el parque, recibe una fuerte reprimenda por mentiroso.

Hace unos días leía una frase de algún famoso pensador que decía: «El ejemplo no es la mejor manera de enseñar. Es la única». Lo que vemos hacer a las personas importantes en nuestra vida, es lo que aprendemos. Lo que nos dicen y enseñan, no acaba de consolidarse en nuestro interior si no está corroborado y respaldado por el testimonio de vida de aquellos que nos forman desde nuestra infancia.

Jesús le dice a la gente y a sus discípulos que obedezcan y hagan todo lo que los maestros de la ley y los fariseos les enseñan. Pero les advierte que no deben seguir su ejemplo, “porque ellos dicen una cosa y hacen otra”. Más coloquialmente, entre nosotros, esto se ha traducido con la famosa frase: “El cura predica, pero no aplica”, cosa que no sólo se acomoda a lo curas, evidentemente... Cada uno tiene que preguntarse, con mucha sinceridad, por su coherencia personal entre lo que enseña en su casa, en su trabajo, en las relaciones con los demás, y lo que hace.

El P. Arrupe, anterior Superior General de los jesuitas, fue un hombre que siempre respaldó su palabra con su vida; el P. Luis González cuenta una anécdota que me parece que confirma esto: Dice Luis González que Arrupe acostumbraba ir a orar largos ratos al piso bajo de la casa del Gesù, en Roma, donde hay varias capillas que guardan los recuerdos de los años romanos de san Ignacio de Loyola. Una vez, mientras estaba haciendo oración en una de esas pequeñas capillas, un jesuita norteamericano se presentó a decir misa. El P. Arrupe se ofreció a ayudarle en la misa. Él mismo comentaba, no sin malicia, que la dijo con ciertas licencias litúrgicas... Cuando terminó la celebración, ya en la sacristía, el Padre norteamericano le preguntó amablemente a su ayudante:
–Y ¿cómo se llama, hermano?
–“Arrupe”, le contestó el gentil sacristán...
El jesuita norteamericano por poco se cae del susto, como el señor que golpeó a la puerta de la casa que comenzaba esta página.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J. Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá

domingo, 23 de octubre de 2011

“¿Cuál es el mandamiento más importante de la ley?”


Comentario al Evangelio del Domingo XXX Ordinario – Ciclo A (Mateo 22, 34-40):

Al saber los fariseos que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron alrededor de él; y uno de ellos (doctor en la ley) le preguntó maliciosamente:
-Maestro, ¿cuál es el precepto más importante de la ley?
Jesús le respondió:
-Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente.
Éste es el precepto más importante, pero el segundo es equivalente:
-Amarás al prójimo como a tí mismo.
De estos dos mandamientos dependen la ley entera y los profetas.


En la manija interior de la puerta de mi cuarto, hay una tirita de papel, colgada de un trozo de lana roja, que tiene escritas dos frases. Por un lado dice “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Y por el otro dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Ya está un poco deteriorada, pero me ha acompañado por los lugares donde he vivido en los últimos años.

Recordando la sugerencia del libro del Deuteronomio que decía: “Lleva estos mandamientos atados en tu mano y en tu frente como señales, y escríbelos también en los postes y en las puertas de tu casa” (Dt. 6, 8-9), le propuse, hace algunos años, a los niños y niñas de Mejorada del Campo, una pequeña población a las afueras de Madrid, España, que ataran estos lazos de lana con la tirita de papel en sus muñecas y que luego la colocaran en las puertas de sus cuartos. Los niños salieron felices de la misa con sus pulseras de lana y, estoy seguro que compartieron con sus familias lo que habían descubierto en la Eucaristía ese día.

El sentido del compartir dominical con estos niños y niñas, que asisten todavía hoy a la Eucaristía dominical, era que se trataba de dos leyes inseparables. Como la cara y el sello de una moneda. Es imposible separarlas. Si llevas una, tienes que llevar la otra; pues, “si alguno dice: «Yo amo a Dios», y al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. Pues si uno no ama a su hermano, a quien ve, tampoco puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn. 4, 20).

Cuando los fariseos le preguntan a Jesús, “para tenderle una trampa”, “¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?”, no se imaginaban que Jesús les iba a dar un compendio de “toda la ley y de las enseñanzas de los profetas”. Para Jesús estos dos mandamientos son muy "parecidos”... No son dos, sino uno mismo.

Siempre que cierro la puerta de mi cuarto, por las noches, antes de descansar, reviso el día que ha pasado y me detengo en estos dos mandamientos, inseparables, que nos recuerda Jesús en el Evangelio de este domingo. Revisarnos sobre el amor a Dios y al prójimo supone dos dinámicas simultáneas que no podemos nunca dividir, tal como lo expresa Benjamín González Buelta, S.J. en uno de sus poemas: “Soy la misma relación en todo en­cuentro. Si en verdad soy contigo fue­go,
con sólo abrir los ojos y dar un paso no seré con el hermano hielo”.
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Hermann Rodríguez Osorio, S.J. Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá

viernes, 14 de octubre de 2011

Dar a Dios lo que es de Dios


Comentario al Evangelio del Domingo 29 del Tiempo Ordinario Ciclo A (Mateo 22, 15-21):

Entonces los fariseos se reunieron para buscar un modo de enredarlo con sus palabras. Le enviaron algunos discípulos suyos acompañados de herodianos que le dijeron:
-Maestro, nos consta que eres sincero, que enseñas con fidelidad el camino de Dios y que no te fijas en la condición de las personas porque eres imparcial. Dinos tu opinión: ¿es lícito pagar tributo al César o no?
Jesús, adivinando su mala intención, les dijo:
-¿Porqué me tientan, hipócritas? Muéstrenme la moneda del tributo.
Le presentaron un denario. Y él les dice:
-¿De quién es esta imagen y esta inscripción?
Contestan:
-Del César.
Entonces les dijo:
-Den, pues, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.


Estamos ya en la semana 29 del Tiempo Ordinario y la liturgia va a seguir invitándonos a profundizar en el horizonte cristiano de la madurez humana: aprender a dar a Dios lo que es de Dios. A través de una situación complicada como lo es contraponer lo que pertenece a este mundo con lo que pertenece a Dios, el Evangelio (Mt. 22, 15-21), va a hacernos caer en cuenta de una de las mayores convicciones de la vida y la fe: todo es de Dios.

De Dios es el mundo, la vida, las personas, nuestras alegrías y nuestras tristezas. Y de Dios, principalmente son los pobres, los pequeños y los frágiles de este mundo. La convicción cristiana de que “todo es de Dios”, nos pone frente a frente con lo más radical de la vida: nada nos pertenece.

En este evangelio sorprende `el elogio´ de los fariseos a Jesús: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con verdad el camino de Dios, y que nada te arredra, porque no buscas el favor de nadie”. Aunque haya sido dicho con malicia por parte de los fariseos, encierra una profunda verdad. Pero una verdad que sólo lo es porque está marcada por la bondad de Jesús.

La verdad de Jesús es su bondad porque es un hombre que con hechos y palabras se ha convertido en el amparo de todo el que le busca. Una verdad tan gratificadora que traspasa toda lógica humana, ofreciendo paz y descanso. Una verdad tan tierna que sabe recomponer y dar sentido a la enfermedad, a los problemas y a la exclusión. Toda esta verdad de Jesús es con la que tropieza tanto el fariseísmo de ayer como el de nuestro tiempo.

Cuando Jesús dice: «Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios», no está pensando en Dios y el César como dos poderes que pueden exigir cada uno sus derechos a sus súbditos. Jesús sabe muy bien que a Dios le pertenece «la tierra y todo lo que contiene, el orbe y todos sus habitantes» (salmo 24). ¿Qué le puede pertenecer al César, que no sea de Dios? Y a nosotros, ¿qué nos puede pertenecer que no sea de Dios?

Jesús llama hipócritas a los fariseos ya que ellos sabían muy bien que ni al César ni a ningún poder en la tierra, le pertenece nada. También a nosotros nos interpela Jesús, porque, si queremos convertirnos en amigos y amigas de Dios, solamente lo lograremos en la medida que nos atrevamos a reproducir la verdad de Jesús, que no es otra que ser buenos como Él. Sólo así estaremos dando a Dios lo que es de Dios.

Dar a Dios lo que es de Dios es practicar con obras y palabras la misma convicción de Jesús, para quien todo lo humano y todos los humanos encontraron eco en su corazón. Si queremos dar a Dios lo que es de Dios, necesitamos comenzar por hacer nuestros los gozos y esperanzas y las tristezas y angustias de los hombres y mujeres del tiempo que nos toca vivir (Cf. Vaticano II Gaudium et Spes n° 1).
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Gustavo Albarrán, S.J.

miércoles, 5 de octubre de 2011

“Inviten a la boda a todos los que encuentren”


Comentario al Evangelio del Domingo XXVIII Ordinario – Ciclo A (Mateo 22, 1-14):

Jesús tomó de nuevo la palabra y les habló usando parábolas.
El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Envió a sus sirvientes para llamar a los invitados a la boda, pero éstos no quisieron ir. Entonces envió a otros sirvientes encargándoles que dijeran a los invitados: Tengo el banquete preparado, mis mejores animales ya han sido degollados y todo está a punto; vengan a la boda. Pero ellos se desentendieron: uno se fue a su campo, el otro a su negocio; otros agarraron a los sirvientes, los maltrataron y los mataron. El rey se indignó y, enviando sus tropas, acabó con aquellos asesinos e incendió su ciudad.
Después dijo a sus sirvientes: El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no se lo merecían. Vayan a los cruces de caminos y a cuantos encuentren invítelos a la boda. Salieron los sirvientes a los caminos y reunieron a cuentos encontraron, malos y buenos. El salón se llenó de convidados.
Cuando el rey entró para ver a los invitados, observó a uno que no llevaba traje apropiado. Le dijo: Amigo ¿cómo has entrado sin traje apropiado? El enmudeció. Entonces el rey mandó a los guardias: Átenlo de pies y manos y échenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el crujir de dientes. Porque son muchos los invitados pero pocos los elegidos.


Diana, la condesa de Belflor y Teodoro, son los protagonistas de El perro del hortelano, comedia de Lope de Vega que Pilar Miró, directora de cine española, llevó a la pantalla pocos años antes de morir. Lope de Vega recoge en esta comedia una de las realidades humanas más paradójicas.

Diana se enamora perdidamente de Teodoro, su secretario, pero sabe que es un amor imposible, porque los separa una distancia insalvable de cuna: la una, perteneciente a la alta nobleza, y el otro, un simple plebeyo. La condesa de Belflor no se atreve a expresar, sino de modo muy sutil, su afecto. Pero cuando ve que Teodoro busca a una mujer de su estirpe para establecer un hogar, Diana manifiesta, sin manifestar, sus sentimientos por Teodoro y lo seduce.

Sin embargo, cuando ha logrado que Teodoro abandone a su prometida, y abrigue la esperanza de un amor que parecía imposible, Diana vuelve a tomar la distancia que le signó su nobleza. No alargo el cuento, porque la comedia se desarrolla en el ir y venir de los afectos, que nunca se encuentran. Seducciones y rechazos, atracciones y distancias.

La parábola que Jesús cuenta a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos, en el templo de Jerusalén, refleja esta misma realidad humana. Los invitados a la fiesta de bodas no aceptan la convocatoria y desprecian la invitación a unirse a la alegría del rey el día del matrimonio de su hijo. Esto es lo que motiva al rey a ordenar a sus criados que vayan “a las calles principales, e inviten a la boda a todos los que encuentren”.

Dice Jesús que “los criados salieron a las calles y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos; y así la sala se llenó de gente”. Pero, desde luego, es importante estar dispuestos para la fiesta; esto es lo que explica la reacción del rey con el que no iba vestido con traje de boda.

Los dueños de la religión y de la fe, en la época de Jesús, ni aceptaban ellos mismos la oferta de la salvación, ni dejaban que otros la aceptaran; en lugar de ser mediadores entre Dios y los hombres, se convertían en obstáculos para este encuentro. Por eso Dios se ve obligado a extender su invitación a todos los pueblos, a todas las gentes que quieran acoger este llamado, malos y buenos.

Tal vez hoy también nos pase un poco de lo mismo. Somos invitados por Dios al banquete del reino, pero muchas veces tenemos excelentes disculpas para no participar de la fiesta de Dios; y fácilmente nos podemos convertir en obstáculos para que otros se encuentren con Dios. No nos contentamos con despreciar la invitación, sino que, además, impedimos que otros vayan a la fiesta. Mejor dicho, nos pasa como al perro del hortelano, que ni come, ni deja comer...

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Hermann Rodríguez Osorio, S.J. Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá

domingo, 2 de octubre de 2011

¡Lector, detente, ha muerto el padre Busa!


Es nada más y nada menos que el jesuita que inventó la lingüística informática y realizó el monumental “Index Thomisticus”. Si estás pudiendo leer esta nota en Diario de la Sierra, si navegas en Internet, se lo debes a él. Si usas la PC para escribir un correo electrónico o documentos de texto, se lo debes a él. Si puedes leer este artículo y todo lo que esta página diariamente contiene, se lo debes, se lo debemos a él.

A un periodista raras veces -más aún, nunca-, le sucede que le den una cita para una entrevista en el cielo. A quien ésto escribe le sucedió exactamente el 28 de septiembre del año pasado en la Universidad Nacional de Córdoba, en el entremés de una larga clase de semiótica. “¿Cómo se imagina el cielo?”, fue la última pregunta que le pude hacer al padre Roberto Busa, el jesuita cuyo brillo y sabiduría intelectual no podía quedar ocultado ni siquiera por su conmovedora humildad, aunque hubiera inventado nada menos que la lingüística informática.

“Como el corazón de Dios: inmenso”, respondió. Luego añadió: “Mire, lo espero también a usted en el cielo”. Se volvió hacia el fotógrafo Maurizio Don: “También a usted. Y si tardáis, como espero, me encontraréis sentado así a la puerta”. Cruzó las manos y comenzó a mover los dedos pulgares diciendo: “No llegan nunca, estos tipos…”.

Desde las diez de la noche del martes 9 de agosto, el padre Busa está en el umbral de la puerta esperándonos. “Sin prisa”, reafirmaría ahora con su bondad de véneto nacido en Vicenza de padres originarios de Lusiana, en el altiplano de Asiago, y más exactamente del barrio Busa, de donde le venía el apellido. El gran estudioso, el compilador del Index Thomisticus, murió de vejez en el Aloisianum, el instituto de Gallarate (Varese, Italia), donde se había retirado a vivir desde los años sesenta juntamente con los grandes decanos de la Compañía de Jesús, entre ellos el cardenal Carlo Maria Martini, del cual fue amigo e interlocutor.

Anteriormente, fue durante mucho tiempo docente en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma y en la Universidad Católica de la misma capital, y desde 1995 a 2000 en el Politécnico de Milán, donde daba cursos de inteligencia artificial y robótica. Por su investigación fue creado el Roberto Busa Award, máxima condecoración del sector. Hubiera cumplido 98 años el próximo 28 de noviembre.

Cuando en 1955 murió Alexander Fleming, el descubridor de la penicilina, un diario milanés vespertino tituló: «Lector, detente. Ha muerto Fleming, a quien tal vez también tú le debes la vida”. Una invitación análoga podría dirigirse hoy a todos los que en este preciso instante se encuentran ante una computadora. Si existe una santidad tecnológica, creo que he tenido el privilegio de haberla encontrado: tenía el rostro del padre Busa. Por eso, arrodíllate también tú, lector, ante los restos mortales de este anciano sacerdote, lingüista, filósofo e informático.

Si navegas en Internet, se lo debes a él. Si saltas de un sitio a otro haciendo clic en los enlaces subrayados con color azul, lo debes a él. Si usas tu PC para escribir correos electrónicos y documentos de texto, lo debes a él. Si puedes leer este artículo, lo debes, lo debemos, a él.

El ordenador -la computadora, del inglés “computer”, calcular, computar- había nacido sólo para hacer cálculos. Pero el padre Busa le sopló en las narices el don de la palabra. Sucedió en 1949, el año en que justamente yo nací. El jesuita se metió en la cabeza la idea de analizar la opera omnia de santo Tomás: un millón y medio de líneas, nueve millones de palabras (frente a las apenas cien mil de la Divina Comedia). Ya había llenado a mano diez mil fichas sólo para inventariar la preposición “in”, que él consideraba básica desde el punto de vista filosófico. Buscaba, sin encontrarlo, un modo para poner en conexión cada uno de los fragmentos del pensamiento del Aquinate y para confrontarlos con otras fuentes.

De viaje por Estados Unidos, el padre Busa pido audiencia a Thomas Watson, fundador de la IBM. El magnate lo recibió en su oficina de Nueva York. Al escuchar la petición del sacerdote italiano, movió la cabeza: “No es posible hacer que las máquinas realicen lo que me está pidiendo. Usted pretende ser más americano que nosotros”. El padre Busa entonces sacó de su bolsillo una tarjeta que había encontrado en un escritorio de la compañía, que llevaba el lema de la multinacional acuñado por el jefe- Think, piensa- y la frase: “Lo difícil lo hacemos inmediatamente, lo imposible requiere un poco más de tiempo”. Se lo devolvió a Watson con un gesto de desilusión.

El presidente del la IBM, picado en su orgullo, rebatió: “Está bien, padre. Lo intentaremos. Pero con una condición: prométame que usted no cambiará IBM, acrónimo de International Business Machines, en International ‘Busa’ machines”. De este desafío entre dos genios nació el hipertexto, el conjunto estructurado de informaciones unidas entre sí por conexiones dinámicas que se pueden consultar en el ordenador con un toque del mouse.

El término hypertext fue acuñado por Ted Nelson en 1965 para hipnotizar un sistema software capaz de memorizar itinerarios realizados por un lector. Pero, como admitió el mismo autor de Literary Machines, la idea se remontaba a antes de la invención de la computadora. Y, como ha documentado bien Antonio Zoppetti, experto de lingüística e informática, quien realmente actuó con el hipertexto, al menos quince años antes que Nelson, fue precisamente el padre Busa.

Entre Pisa, Boulder (Colorado) y Venecia, el jesuita dio vida a una empresa titánica que duró casi medio siglo, invirtiendo en ella un millón ochocientas mil horas, más o menos el trabajo de un hombre durante mil años con horario sindical; hoy está disponible en Cd-rom y en papel: ocupa cincuenta y seis volúmenes, con un total de setenta mil páginas. Desde el primer tomo, que salió en 1951, el religioso catalogó todas las palabras contenidas en los ciento dieciocho libros de santo Tomás y de otros sesenta y un autores.

(Fuente: con la colaboración de Stefano Lorenzetto y del padre Dr. Carlos Rubén Terceiro Muiños, responsable de la Dirección Cultura Religiosa de la Universidad Católica de Cuyo, con sede en San Luis).

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Autor: Domingo Schiavoni, Director–Asesor de Redacción–Editorialista de "El Diario de la Sierra"