viernes, 29 de octubre de 2010

Cuando visita Dios

Evangelio del domingo XXXI del tiempo ordinario (Lucas 19, 1-10)

Entró en Jericó y atravesó la ciudad, allí vivía un hombre llamado Zaqueo, jefe de recaudadores de impuestos y muy rico, intentaba ver quién era Jesús; pero a causa del gentío no lo conseguía, porque era bajo de estatura. Se adelantó de una carrera y se subió a un árbol para verlo, pues iba a pasar por allí. Cuando Jesús llegó al sitio, alzó la vista y le dijo:
-Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa.
Bajó rápidamente y lo recibió muy contento. Al verlo, murmuraban todos porque entraba a hospedarse en casa de un pecador. Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor:
-Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y a quien haya defraudado le devolveré cuatro veces más.
Jesús le dijo:
-Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también él es Hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y salvar lo perdido.

El Evangelio de este domingo nos llena de una serena esperanza. Jesús no ha venido para el regalo fácil, para el aplauso falaz y la lisonja barata de los que están en el recinto seguro, sino más bien "ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido". Aquella sociedad judía había hecho una clasificación cerrada de los que valían y de los que no. Jesús romperá ese elenco maldito, ante el escándalo de los hipócritas, y será frecuente verle tratar con los que estaban condenados a toda marginación: enfermos, extranjeros, prostitutas y publicanos. Era la gente que por estar perdida, Él había venido precisamente a buscar. Concretamente Zaqueo, tenía en su contra que era rico y jefe de publicanos, con una profesión que le hacía odioso ante el pueblo y con una riqueza de dudosa adquisición.

Jesús como Pastor bueno que busca una oveja perdida, o una dracma extraviada, buscará también a este Zaqueo, y le llamará por su nombre para hospedarse en su casa: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa". Lucas emplea en su evangelio más veces este adverbio, hoy: cuando comienza su ministerio público ("hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír" -Lc 4,16-22-), y cuando esté con Dimas, el buen ladrón, en el calvario ("te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso" Lc 23,43 ).

El odio hacia Zaqueo, el señalamiento que murmura, condena y envidia... no sirvieron para transformar a este hombre tan bajito como aprovechón. Bastó una mirada distinta en su vida, fue suficiente que alguien le llamase por su nombre con amor, y entrase en su casa sin intereses lucrativos, para que este hombre cambiase, para que volviese a empezar arreglando sus desaguisados.

La oscuridad no se aclara denunciando su tenebrosidad, sino poniendo un poco de luz. Es lo que hizo Jesús en esa casa y en esa vida. Y Zaqueo comprendió, pudo ver su error, su mentira y su injusticia, a la luz de esa Presencia diferente. La luz misericordiosa de Jesús, provocó en Zaqueo el cambio que no habían podido obtener los odios y acusaciones sobre este hombre. Fue su hoy, su tiempo de salvación.

¿Podremos hacer escuchar en nuestro mundo esa voz de Alguien que nos llama por nuestro nombre, sin usarnos ni manipularnos, sin echarnos más tierra encima, sin señalar inútilmente todas las zonas oscuras de nuestra sociedad y de nuestras vidas personales, sino sencillamente poniendo luz en ellas? Quiera el Señor visitar también hoy la casa de este mundo y de esta humanidad. Será el milagro de volver a empezar para quienes le acojamos, como Zaqueo.

Comentario redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm

sábado, 23 de octubre de 2010

¿Comprar a Dios?

Evangelio del próximo domingo, 24 de octubre, XXX del tiempo ordinario (Lucas 18, 9-14)

Jesús contó esta otra parábola para algunos que, seguros de sí mismos por considerarse justos, despreciaban a los demás: "Dos hombres fueron al templo a orar: el uno era fariseo, y el otro era uno de esos que cobran impuestos para Roma. El fariseo, de pie, oraba así: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás, que son malvados, ladrones y adúlteros, ni como ese cobrador de impuestos. Yo ayuno dos veces a la semana y te doy la décima parte de todo lo que gano. Pero el cobrador de impuestos se quedó a cierta distancia, y ni siquiera se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: ¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador! Les digo que este cobrador de impuestos volvió a su casa ya justo, pero el fariseo no. Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido".

Quien se ha encontrado con el Dios vivo alguna vez, ha frecuentado su amistad y ha saboreado el amor de Dios, nunca se tendrá por justo, porque justo sólo es Dios; y acercarse al solo Justo supone hacer la experiencia de comprobar nuestra desproporcionada diferencia con Él. Saberse pecador, reconocerse como no justo, no significa vivir tristes, sin paz o sin esperanza, sino situar la seguridad en Dios y no en las propias fuerzas o en una hipócrita virtud. Alguien que verdaderamente no ha orado nunca, seguirá necesitando afirmarse y convencerse de su propia seguridad, ya que la de Dios, la única fidedigna, ni siquiera la ha intuido. Y cuando alguien se tiene por justo, y está hinchado de su propia seguridad, es decir, cuando vive en su mentira, suele maltratar a sus prójimos, los desprecia "porque no llegan a su altura", porque no están al nivel de "su" santidad.

Tenemos, pues, el retrato robot de quien estando incapacitado para orar por estas tres actitudes incompatibles con la auténtica oración, como el fariseo de la parábola, llega a creer que puede comprar a Dios la salvación. La moneda de pago sería su arrogante virtud, su postiza santidad. Hasta aquí el fariseo.

Pero había otro personaje en la parábola: el publicano, es decir, un proscrito de la legalidad, alguien que no formaba parte del censo de los buenos. Y al igual que otras veces, Jesús lo pondrá como ejemplo, no para resaltar morbosamente su condición pecadora, sino para que en ésta resplandezca la gracia que puede hacer nuevas todas las cosas.

Aquel publicano ni se sentía justo ante Dios, ni tenía seguridad en su propia coherencia, ni tampoco despreciaba a nadie. Ni siquiera a sí mismo. Sólo dijo una frase, al fondo del templo, en la penumbra de sus pecados: "Oh Dios, ten compasión de este pecador". Preciosa oración, tantas veces repetida por los muchos peregrinos que en su vida de oscuridad, de errores, de horrores quizás también, han comenzado a recibir gratis una salvación que con nada se puede comprar.

Jesús nos enseña a orar viviendo en la verdad, no en el disfraz de una vida engañosa y engañada ante todos menos ante Dios. Tratar de amistad con quien nos ama, es reconocer que sólo Él es Dios, que nosotros somos unos pobres pecadores a los que se les concede el don de volver a empezar siempre, de volver a la luz, a la alegría verdadera, a la esperanza, para rehacer aquello que en nosotros y entre nosotros, pueda haber manchado la gloria de Dios, el nombre de un hermano y nuestra dignidad.

Redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm.

Comunicado oficial de la Compañía de Jesús sobre la huelga del hermano José Korta

Queridos Amigos y amigas en el Señor: La Provincia de la Compañía de Jesús en Venezuela, ante la decisión del H José Maria Korta de ayer lunes 18 de octubre de declararse en huelga de hambre, frente a la sede del edificio administrativo de la Asamblea Nacional, en protesta por la violación a los derechos de los indígenas, concretamente de la etnia Yukpa y su líder que se encuentra en prisión Sabino Romero, expresa:

1.Respaldamos los principios que han motivado al H Korta a asumir esta posición en defensa de los derechos a la demarcación de los territorios ancestrales y a un juicio justo llevado adelante por los jueces naturales, en este caso de la comunidad Yukpa.

2.Sabino Romero tiene derecho a ser juzgado por sus jueces naturales, conforme a lo dispuesto por la Constitución Nacional en su artículo 260, a saber por miembros de su propia etnia, bajo sus leyes, pues el objeto del litigio ocurre entre miembros de la misma etnia y en su territorio ancestral. Es bueno aclarar que no se trata de establecer la inocencia o culpabilidad de este líder indígena, pues ese tema es objeto del juicio que debería llevarse adelante, sino de los derechos que le asisten tanto Constitucionalmente como con base a los tratados suscritos y ratificados por Venezuela que reconocen la capacidad de las comunidades indígenas de juzgar sus propios casos.

3.De igual forma se exige el cumplimiento de lo dispuesto en el artículo 119 sobre la demarcación de las tierras que ancestralmente ocupan y que dio origen a la situación de violencia por la cual hoy está preso el cacique de esta comunidad Yukpa. Esta norma ha debido irse cumpliendo desde hace ya 11 años y existe una demora de casi 9 años respecto a la legislación en materia sobre pueblos indígenas con base a la obligación establecida en la disposición transitoria sexta de la Constitución.

4.El H Korta lo que demanda es coherencia entre lo que se proclama y su ejecución concreta. El H Korta no reclama nada para sí, ni para movimiento alguno en el cual el pueda verse beneficiado, sino que en coherencia existencial con lo que ha sido su vida y entrega, reclama que se respete los derechos de aquellos por lo que él ha luchado por más de 40 años en Venezuela.

5.Pedimos respetuosamente a las altas autoridades del Estado venezolano escuchen este grito de un hombre mayor, que ha gastado su vida radicalmente a favor de nuestros hermanos indígenas y que atiendan este reclamo justo, estableciendo un cronograma de acciones tendientes al reconocimiento de las tierras que las comunidades indígenas han habitado ancestralmente, así como aplicar en el caso de Sabino Romero lo dispuesto en el artículo 260 de la Constitución con preferencia a cualquier otra norma del ordenamiento jurídico.

6.Invitamos a todos nuestros amigos, amigas, colectivos populares y sociales, grupos de defensa de derechos humanos, indigenistas y especialmente personas formadas por José María Korta en la lucha por la fe y la justicia, a respaldar o expresar su acuerdo con los principios que han movido al H Korta a esta acción.

7.Esperamos que de la forma más pronta posible el H Korta pueda levantar la huelga de hambre pues dada su edad y condición dicha opción puede poner en riesgo su salud y su vida, situación que consideramos totalmente indeseable.

Arturo Peraza,S.I.
Provincial

viernes, 15 de octubre de 2010

EL CLAMOR DE LOS QUE SUFREN

Comentario al Evangelio del domingo XXIX del tiempo ordinario C (Lucas 18, 1-8)
Jesús les contó una parábola para enseñarles que debían orar siempre, sin desanimarse. Les dijo: "Había en un pueblo un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. En el mismo pueblo había también una viuda que tenía un pleito y que fue al juez a pedirle justicia contra su adversario. Durante mucho tiempo el juez no quiso atenderla, pero después pensó: "Aunque ni temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, como esta viuda no deja de molestarme, la voy a defender para que no siga viniendo y acabe con mi paciencia."

Y el Señor añadió: "Esto es lo que dijo el juez malo. Pues bien, ¿acaso Dios no defenderá también a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Los hará esperar? Les digo que los defenderá sin demora. Pero cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará todavía fe en la tierra?

La parábola de la viuda y el juez sin escrúpulos es, como tantos otros, un relato abierto que puede suscitar en los oyentes diferentes resonancias. Según Lucas, es una llamada a orar sin desanimarse, pero es también una invitación a confiar que Dios hará justicia a quienes le gritan día y noche. ¿Qué resonancia puede tener hoy en nosotros este relato dramático que nos recuerda a tantas víctimas abandonadas injustamente a su suerte?

En la tradición bíblica la viuda es símbolo por excelencia de la persona que vive sola y desamparada. Esta mujer no tiene marido ni hijos que la defiendan. No cuenta con apoyos ni recomendaciones. Sólo tiene adversarios que abusan de ella, y un juez sin religión ni conciencia al que no le importa el sufrimiento de nadie.

Lo que pide la mujer no es un capricho. Sólo reclama justicia. Ésta es su protesta repetida con firmeza ante el juez: «Hazme justicia». Su petición es la de todos los oprimidos injustamente. Un grito que está en la línea de lo que decía Jesús a los suyos: "Buscad el reino de Dios y su justicia".

Es cierto que Dios tiene la última palabra y hará justicia a quienes le gritan día y noche. Ésta es la esperanza que ha encendido en nosotros Cristo, resucitado por el Padre de una muerte injusta. Pero, mientras llega esa hora, el clamor de quienes viven gritando sin que nadie escuche su grito, no cesa.

Para una gran mayoría de la humanidad la vida es una interminable noche de espera. Las religiones predican salvación. El cristianismo proclama la victoria del Amor de Dios encarnado en Jesús crucificado. Mientras tanto, millones de seres humanos sólo experimentan la dureza de sus hermanos y el silencio de Dios. Y, muchas veces, somos los mismos creyentes quienes ocultamos su rostro de Padre velándolo con nuestro egoísmo religioso.

¿Por qué nuestra comunicación con Dios no nos hace escuchar por fin el clamor de los que sufren injustamente y nos gritan de mil formas: "Hacednos justicia"? Si, al orar, nos encontramos de verdad con Dios, ¿cómo no somos capaces de escuchar con más fuerza las exigencias de justicia que llegan hasta su corazón de Padre?

La parábola nos interpela a todos los creyentes. ¿Seguiremos alimentando nuestras devociones privadas olvidando a quienes viven sufriendo? ¿Continuaremos orando a Dios para ponerlo al servicio de nuestros intereses, sin que nos importen mucho las injusticias que hay en el mundo? ¿Y si orar fuese precisamente olvidarnos de nosotros y buscar con Dios un mundo más justo para todos?

Reflexión de José Antonio Pagola

sábado, 9 de octubre de 2010

Gaudí, una gran catequesis en piedra

Los que conocen la vida de Gaudí nos dicen que uno de sus libros de cabecera era el titulado El Año Litúrgico, del abad Dom Prosper Guéranger, libro que tuvo gran divulgación entre los estudiosos y los fieles a inicios del siglo XX en Cataluña. Gaudí era un admirador de la liturgia cristiana y de su estética. Esto explica que proyectara el templo de la Sagrada Familia como una gran catequesis de la Iglesia, tal como ésta se expresa a lo largo del año litúrgico.

Si contemplamos el templo por fuera, con sus dieciocho campanarios y sus fachadas y muros, nos hallamos ante la realidad de la Iglesia: la torre más alta o campanario dedicado a Jesucristo; la rodean los cuatro evangelistas; en el ábside, como seno materno, la Virgen María; y los doce apóstoles, distribuidos en grupos de cuatro en cada una de las tres fachadas principales: Nacimiento, Pasión y Gloria.

Se ha dicho que una de las innovaciones geniales de Gaudí consistió en sacar el contenido de los retablos interiores, pasándolo al exterior, a las fachadas. Por eso cada una de ellas es como un gran retablo que ofrece al visitante o al fiel la contemplación de los misterios de la infancia, pasión y resurrección del Señor, su mensaje de vida en las bienaventuranzas y los sacramentos, la profesión de fe y la creación y la glorificación de la humanidad (fachada de la Gloria). La contemplación continúa en los muros y los ventanales, donde vemos las figuras de los santos y santas, decorados como frutos del Espíritu Santo. Y en los ventanales mayores se pueden contemplar los símbolos eucarísticos.

Si observamos el templo por dentro, que es el espacio de la celebración, también hallamos el misterio de la Iglesia. La construcción de la nave está inspirada en la visión del profeta Ezequiel -en el capítulo 47- y en la visión de la Jerusalén celestial, que se encuentra en el capítulo 22 del libro del Apocalipsis.

Cuando el visitante entre en la nave se hallará como ante un bosque de palmeras. Pero cada uno de estos árboles -las columnas- está dedicado a una Iglesia particular. Están así representadas todas las diócesis, tanto las de aquí como las del mundo entero. Gaudí pensó un templo de verdad católico y universal, por ello simbolizó en él los cinco continentes del mundo y tiene tanto sentido que sea el Papa quien presida su dedicación.

Por lo que se refiere a las columnas, podemos añadir que son un conjunto de cincuenta y dos. Son todos los domingos del año. Las que rodean el presbiterio están dedicadas al Adviento y a la Cuaresma; las cuatro del crucero, a la Navidad, Ramos, Pascua de Resurrección y Pentecostés; las del transepto, al tiempo pascual; y el espacio de las cinco naves a los domingos de todo el año.

Todo lo cual, aunque sea dicho en forma de sumario, justifica que podamos afirmar que la Sagrada Familia es un templo único en el mundo a causa de su simbología bíblica y litúrgica, y también por las innovaciones propiamente técnicas utilizadas en su construcción. Su simbología religiosa explica que un nuncio del Papa en España, monseñor Rangonesi, al visitar en el año 1915 el templo y escuchar las explicaciones de boca de Gaudí en persona, cuando acabaron la visita, le dijera entusiasmado: "¡Usted es el Dante de la arquitectura!"

Mensaje escrito por el cardenal Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona, en preparación de la consagración del templo de la Sagrada Familia en Barcelona, el 7 de noviembre, por Benedicto XVI.

viernes, 8 de octubre de 2010

El extranjero

Comentario al Evangelio del domingo XXVIII del tiempo ordinario (Lucas 17,11-19)
La trama del Evangelio de este domingo no está en una simple distinción edificante entre gente agradecida y gente que no lo es. No es la cortesía o de la buena educación lo que se dilucida aquí, sino la fe de aquellos hombres, su relación con ese Dios en quien creían. El protagonista será alguien doblemente marginado social mente: por leproso y por extranjero.

El pecado que se reprueba en este Evangelio, es precisamente el de no tener fe creyendo que se tiene. Aquellos leprosos que no volvieron a dar gracias a quien les había curado, no eran extranjeros sino judíos, consideraban que tenían "derecho" a la curación, que era lo menos que podía hacer por ellos "su" Dios. De manera que aquella curación fue recibida como quien recibe su correspondiente pago por los servicios prestados: Dios pagaba con moneda de curación. Y por eso, una vez ajustadas las cuentas, ¡Dios y ellos... estaban en paz, no se debían nada!

Sin embargo había otro leproso, que por no tener no tenía ni el pasaporte judío. Este leproso era extranjero, sin derechos oficiales ante Dios. Lo cual significaba que si sucedía lo que de hecho sucedió, no era más que por un puro regalo indebido, por una gracia inmerecida, por un don inesperado.

Efectivamente, no basta con pertenecer oficialmente a una comunidad de salvación, como era la judía, y como es nuestra Iglesia. No tenemos un derecho sobre Dios hasta el punto de poder cobrar nuestro servicio y nuestra virtud con una moneda de las que no se devalúan (luz, paz, salud...). Si Dios nos concede cualquier gracia, es por pura gracia, sin que ello deba generar en nuestra vida cristiana actitudes como las que Jesús denuncia veladamente en aquellos leprosos desagradecidos: la arrogancia, la vanagloria, la inercia y la rutina.

Aquel samaritano, reconoció a Jesús, le pidió una gracia, la acogió y después la agradeció. Fue un hombre que se adhirió al Señor con su vida tal cual: enferma y extranjera. Y en su realidad concreta fue alcanzado por la gracia. ¿Tendremos nosotros, desde nuestra extranjería y desde nuestra enfermedad, el valor para gritar también: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros? Pidamos al Señor la gracia de pertenecerle cada vez más, poniendo fin a todas nuestras lejanías; pidámosle que vende nuestras heridas, terminando todas nuestras enfermedades que nos enfrentan a otros por fuera y nos dividen a nosotros mismos por dentro.

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm

ENCONTRARME CON JESÚS PARA QUE ME SANE, ME LIBERE Y ME SALVE

(Lucas 17, 11-19)
En su camino a Jerusalén, pasó Jesús entre las regiones de Samaria y Galilea. Y llegó a una aldea, donde le salieron al encuentro diez hombres enfermos de lepra, los cuales se quedaron lejos de él gritando:
- ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!
Cuando Jesús los vió, les dijo:
- Vayan a presentarse a los sacerdotes.
Y mientras iban, quedaron limpios de su enfermedad. Uno de ellos, al verse limpio, regresó alabando a Dios a grandes voces, y se arrodilló delante de Jesús, inclinándose hasta el suelo para darle las gracias. Este hombre era de Samaria. Jesús les dijo:
-¿Acaso no eran diez los que quedaron limpios de su enfermedad? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Únicamente este extranjero ha vuelto para alabar a Dios?
Y le dijo al hombre:
-Levántate y vete; por tu fe has sido sanado.

En la Semana 28 del Tiempo Ordinario, la Liturgia nos invita a reflexionar, a partir de la sanación de los leprosos, sobre el tipo de encuentro con Jesús del que surge una fe que sana, libera y salva.

El relato de la curación de los Leprosos [Lc. 17,11-19] no se limita a exponer la sanación ocurrida a aquellos enfermos. Aunque ya era mucho que los enfermos-excluidos se reincorporaran a la vida, a sus casas, a su pueblo. Eso es lo que significa: “Vayan a presentarse al templo”. Es decir, vayan y hagan el rito de purificación que les acredita como curados. Pero Lucas avanza un poco más hasta presentar la sanación como una ocasión especial de encuentro con Dios. Porque la sanación es una de las experiencias más radicales en la que experimentamos la victoria frente al mal y el triunfo de la vida sobre la muerte (Cf. Pagola).

La curación de los Leprosos puede parecer un milagro más de los tantos que realizó Jesús. Sin embargo, el evangelista parte de esta realidad para ponernos en contacto con el núcleo de la fe: El encuentro personal, tú a tú con el Señor que crea una cadena de idas y venidas entre la Persona y Dios.

De los diez Leprosos que acudieron a Jesús, uno sólo al verse curado, regresó, glorificó a Dios, se puso en actitud de adoración (se postró a los pies), y agradeció, mientras que los otros 9 hombres no. Existe el peligro de que practiquemos una religiosidad que nos haga insensibles ante la vida e ingratos, porque nos replegamos sobre nosotros mismos.

No es muy difícil captar la intención evangélica de Lucas, al presentar de forma directa y expresa el modo del encuentro entre Jesús y el Hombre. Exponerse a Dios, sentir su influjo en la propia vida, regresar a Él, glorificar a Dios y agradecerle, serán los 5 momentos más sentidos del encuentro orante. Serán también los momentos básicos de la experiencia radical de Dios.

Un gran santo afirma que “el amor consiste en la comunicación de ambas partes”, es decir, “dar y comunicar el amante al amado lo que tiene o puede, y de igual modo el amado al amante”. Jesús da la salud al leproso, éste se vuelve dando gloria a Dios y agradecido con Jesús. Luego Jesús le da nuevamente: lo salva y lo hace libre. Por eso le dice: “levántate y vete, tu fe te ha salvado”. El encuentro entre el Leproso-sanado y Jesús fue un auténtico intercambio de dones. Un verdadero encuentro de amistad que hizo nacer la fe. De ahora en adelante ya no será el leproso sanado, sino el hombre sanado, liberado y salvado para la vida.

Que nos expongamos al encuentro directo con Jesús, para que sane nuestras dolencias, enfermedades y males que nos aquejan. Nos libere de las ataduras, de los prejuicios y de los miedos que nos paralizan. Y así podamos experimentar una fe que anticipa la salvación y nos pone en sintonía con Dios y con el mundo.

Podemos terminar con el texto siguiente:

QUIERO ENCONTRARTE
“Como busca el sediento corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Tengo sed de Ti, Señor. Tengo sed del Dios vivo”. (Sal. 42).

Esto es mi deseo, mi anhelo y mi necesidad. El empuje vital de mis entrañas. Es mi ilusión, mi búsqueda y mi esperanza. Es el motivo más vital de mi existencia.

Quiero encontrarte en la oración que revela tu presencia inconfundible y dejar que el silencio me sitúe frente a Ti.

Quiero encontrarte en lo cotidiano de la vida, en la sencillez de las cosas, y abrirme a tu Palabra para que me transforme desde dentro.

Quiero encontrarte en mi cansancio, en la fatiga del camino transitado, y permitirte a Ti, Señor, me sostengas con tu mano fuerte.

Quiero encontrarte allí donde se abre paso a cada instante la alegría, y disponerme a levantar de nuevo el vuelo.

(CEP-Gustavo Albarrán, S.J.)

sábado, 2 de octubre de 2010

SI TUVIERAS FE AUNQUE FUERA DEL TAMAÑO DE UNA SEMILLA DE MOSTAZA

En esta Semana 27 del Tiempo Ordinario, la Liturgia nos invita a reflexionar sobre la unión inseparable que hay entre la fe y el servicio desinteresado, proponiéndonos que vivamos de una fe auténtica.

Según Lucas [17,5-10], los discípulos han pedido a Jesús: «auméntanos la fe», y a partir de esta petición, el Señor les plantea cuatro aspectos muy importantes de la fe: 1º) para transformar el mundo sólo basta un poco de fe [v. 6]; 2º) la fe hace disponible para servir en todo momento [v. 7-8]; 3º) quien tiene fe, sirve o ama desinteresadamente [v. 9]; 4º) el que actúa con fe, no es engreído, sino humilde y responsable al reconocer que ha hecho lo que debía y nada más [v. 10].

Para transformar el mundo sólo basta un poco de fe. La fe, aunque sea poca, rehace todo desde dentro, porque ablanda la dureza de corazón, limpia el alma, quita las tinieblas de la mente, purifica nuestros razonamientos estériles y arranca la maldad de las entrañas, haciendo transparente nuestra vida. Con tan sólo un poco de fe mucho se haría de nuevo.

La fe nos hace disponibles para servir en todo momento. La fe es el don que abre al encuentro con los demás, nos capacita para planos mayores de entrega, de donación y de riesgos, porque hace que la visión vaya más allá de la simple apariencia, permite al corazón descubrir las sutilezas de la ternura y logra que la razón se ensanche hasta captar la pureza de las cosas y las personas. Con tan sólo un poco de fe aumentaría nuestra alegría.

Quien tiene fe, sirve o ama desinteresadamente. La fe es la fuerza que libera la generosidad, liberando también nuestra humanidad de la nostalgia que nos petrifica en el pasado, de la avidez que nos paraliza en el presente y de la ansiedad que nos descentra en el futuro, porque la generosidad es la que nos abre en pleno a la gracia. Con tan sólo un poco de fe cada quien fortalecería su paz.

El que actúa con fe, es humilde en reconocer que ha hecho tan sólo lo que debía. La fe es la energía que sustenta la sencillez de vida y la responsabilidad, permitiendo que nos adentremos en los secretos del mundo y desentrañemos los misterios de la vida, sin adueñarnos de nada, ni instalarnos en nada, ni dejándonos atrapar por nada, porque solo la humildad nos hace libres. Con tan sólo un poco de fe tendríamos vida de verdad.

La preciosa carta a los Hebreos nos dirá que “la fe es la garantía de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve” (Hb. 11,1), y es cierto, porque la fe es la convicción de nuestra esperanza. Pero de esta afirmación no podemos interpretar que la fe equivale a la apuesta ciega, como quien se deja caer en el vacío. Tampoco es el simple entusiasmo que mueve o empuja la vida o el camino. La fe es el don de Dios que se extiende en el mundo, anticipándonos la confianza de poseer lo que Él nos dio ya, aunque no lo veamos. Lo que si se desprende de la afirmación del apóstol es que la fe es la fuerza que nos atrae, nos gana y nos lanza.

Por eso, la fe si es apuesta que nos hace caer, pero no el vacío, sino en la vida. Es el entusiasmo, pero aquel que contagia esperanza y abre horizontes despertando a caminos nuevos. La fe es también, la liberación progresiva de los miedos que guarda el corazón del hombre.

Gustavo Albarrán, S.J.