lunes, 30 de agosto de 2010

Evangelio según San Lucas

Para los evangelios de todos estos Domingos ‘C’, seguimos el Evangelio de Lucas e igualmente para los días entre semana (lunes a sábado) ya que lo iniciamos el lunes de la pasada semana 22 con el capítulo 4 de Lucas. Esta es de nuevo la oportunidad para que nos centremos en el Evangelio de Lucas. Estamos comenzando el año escolar y puede ser muy oportuno que repitamos la lectura de la introducción al Evangelio de Lucas que pueda tener la Biblia que manejamos. Es importante el pre, el texto y el con-texto del evangelio que meditamos y celebramos. A.G.

El Evangelio según San Lucas (=Lc) muestra evidentes semejanzas con los otros dos evangelios sinópticos (Mateo y Marcos), y a la vez presenta de manera peculiar la persona y la obra de Jesucristo. Por otra parte, este evangelio forma una unidad literaria y teológica con los Hechos de los Apóstoles, como claramente se indica al comienzo de este último libro, donde el autor mismo resume el contenido de su evangelio con estas palabras: En mi primer libro... escribí acerca de todo lo que Jesús había hecho y enseñado desde el principio y hasta el día en que subió al cielo (Hch 1.1-2).

Lo mismo que Mateo, aunque, sin duda, de manera independiente, el Evangelio según san Lucas comienza con los relatos sobre la concepción y el nacimiento de Jesús (caps. 1-2). Pero lo hace de una manera especial: estableciendo un paralelismo con la concepción y el nacimiento de Juan el Bautista. De este modo, desde el principio nos muestra claramente quién es Jesús y cuál es su misión. Jesús es el Mesías esperado por el pueblo de Israel, el Hijo de Dios, cuyo origen está en Dios mismo. El paralelismo entre las dos series de relatos sirve para resaltar más la superioridad de Jesús. En estos primeros capítulos predomina un marcado ambiente israelita, y solo ocasionalmente aflora el tema de la universalidad de la salvación (cf.2.30-32), que expondrá en forma más clara en otros lugares.

A partir del cap.3, este evangelio se refiere a la actividad pública de Jesús, y entonces se manifiesta más claramente la semejanza con Mateo y Marcos, a la vez que se revelan sus rasgos propios. Así por ejemplo, Lucas inicia esta parte de su narración con la mención de los gobernantes de ese tiempo (3.1-2), y la sitúa en el marco de la historia general. En este, como en otros detalles, el autor muestra un espíritu y una cultura característicos del mundo griego.

Mateo comienza su evangelio con la lista de los antepasados de Jesús. Lucas, por su parte, coloca esta lista después del relato del bautismo (3.23-38), y la hace remontar hasta Adán, con lo que también insinúa otro aspecto importante tanto de su evangelio como de Hechos: Jesús vino a traer la salvación no sólo al pueblo de Israel sino a toda la humanidad. Este tema lo insinúa en otros lugares del evangelio, pero lo desarrollará principalmente en Hechos, al mostrar la difusión del mensaje cristiano desde Jerusalén hasta Roma.

Al narrar lo que Jesús hizo y enseñó después de su bautismo, Lucas va siguiendo sustancialmente el mismo orden de Marcos, del cual parece que depende en alguna manera. Sin embargo, Lucas incluye otras tradiciones que no se encuentran en Marcos. Así, por ejemplo, en la sección que narra la preparación de la actividad de Jesús (3.1-4.13): estos pasajes tienen, parcialmente, paralelos en Mateo.

En la sección siguiente (4.14-6.19), la semejanza con Marcos es mucho más clara. Pero después, Lucas añade un bloque de materia propia: el sermón en el llano (6.20-49) y otros relatos (7.1-8.3). Estos no se encuentran en Marcos, aunque en gran parte tienen paralelos en Mateo. En la sección 8.4-9.50 vuelve a aparecer el paralelismo con Marcos.

Más adelante viene una gran sección característica de Lucas: el viaje a Jerusalén (9.51-19.27), donde encontramos mucha materia propia. Parte de esta se haya también en Mateo, y sólo una parte pequeña (especialmente al final: Lc18.15-43) tiene paralelos en Marcos. Lucas da realce especial a este viaje a Jerusalén (véase 9.51-19.27n.), por ser el lugar donde Jesús llevará a término su obra.

En esta sección, Lucas incluye como materia propia diversos hechos y palabras de Jesús que pertenecen a los textos más apreciados de los evangelios. Entre estos podemos recordar: la parábola del buen samaritano (10.30-37), la parábola del padre que recobra a su hijo (15.11-32), la parábola del rico y del pobre Lázaro (16.19-31), el relato de la curación de diez leprosos (17.11-19), la parábola del fariseo y del cobrador de impuestos (18.9-14), el relato de Jesús y Zaqueo (19.1-10), y otros más.

La sección final, como en otros evangelios, está dedicada a la última semana de la vida terrena de Jesús, a su actividad en Jerusalén, su pasión, muerte y resurrección. Pero Lucas termina con la ascensión de Jesús al cielo, e incluye algunos relatos propios. De manera global puede decirse que cerca de la mitad de este evangelio es materia que se encuentra también en los otros dos sinópticos o al menos en alguno de ellos. La otra mitad es propia de Lucas.

Este evangelio, además de presentar a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios y Salvador de todos los hombres, hace resaltar especialmente la acción del Espíritu Santo en la historia de la salvación. Este último aspecto lo presentará el autor con especial relieve en los Hechos de los Apóstoles. El tercer evangelio destaca de manera particular la parte que tuvieron las mujeres en los acontecimientos que relata, y muestra un interés muy especial en señalar el amor de Dios por los pobres y los pecadores.

El Evangelio según San Lucas fue escrito, sin duda, por un autor cuya lengua materna era el griego. En el prólogo (1.1-4) muestra que puede escribir como los mejores literatos de su época. Sin embargo, en el resto del evangelio prefiere conservar el estilo sencillo y aun popular de las tradiciones anteriores y de los libros del Antiguo Testamento traducidos al griego, que él y sus lectores conocían bien. El evangelio parece estar destinado sobre todo a lectores cristianos de origen no judío.

Los autores cristianos del siglo II atribuyen la composición de este evangelio y de Hechos a Lucas, compañero de Pablo, mencionado en Col 4.14; 2Ti4.11y Flm 24. En Col 4.14 se le llama el médico amado.

Las principales secciones en que puede dividirse el evangelio son estas:
Prólogo (1.1-4)
I. La infancia de Juan el Bautista y la de Jesús (1.5-2.52)
     1. Los anuncios (1.5-56)
     2. Los nacimientos (1.57-2.52)
II. Preparación de la actividad de Jesús (3.1-4.13)
     1. Juan el Bautista en el desierto (3.1-20)
     2. Preparación de la actividad de Jesús (3.21-4.13)
III. Actividad de Jesús en Galilea (4.14-9.50)
IV. El viaje a Jerusalén (9.51-19.279
V. En Jerusalén (19.28-24.53)
     1. Actividad en Jerusalén (19.28-21.38)
     2. Pasión, muerte y resurrección (22.1-24.53)

Tomado de La Biblia de Estudio, Dios habla hoy

Espiritualidad cristiana de la ecología

Declaración final del simposio latinoamericano y caribeño, organizado por el Departamento de Justicia y Solidaridad del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) del 21 al 24 de agosto en Buenos Aires.

Nosotros, como discípulos misioneros de Jesucristo nuestro Señor, convocados por el Departamento de Justicia y Solidaridad del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), provenientes de 16 países de América Latina y El Caribe, Alemania e Indonesia, reunidos en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, los días 21 al 24 de agosto de 2010, en estudio y oración, hacemos llegar nuestra preocupación y reflexión a quienes tienen en sus manos el poder de decisión, organismos multinacionales, académicos, empresarios, comunicadores, líderes de diversas organizaciones sociales, a nuestras comunidades cristianas y a nuestros pueblos:

1. Nos interpela el proceso creciente de concentración de la propiedad de la tierra en pocas manos, amenazando los territorios de los pueblos. Parte de esta amenaza se debe al avance del uso por industrias extractivas y de producción de agrocombustibles, entre otras, porque prevalece una lógica económica del mero interés o beneficio, en desmedro del vivir bien de los pueblos. Nos preocupa la ocurrencia frecuente de actos corruptos en el proceso de concesión de territorios y sin la consulta debida a los pueblos que los habitan.

2. La enorme biodiversidad de América Latina y El Caribe ofrece servicios ambientales para todo el planeta, hecho que trasciende la significación mercantilista actual y que brinda verdaderos beneficios. Esta biodiversidad está siendo aniquilada irreversiblemente: solamente en Amazonía, poco más del 17% de la selva ha desaparecido y la tasa de extinción de especies llega a ser mil veces superior a la histórica [1]. Asistimos a una creciente destrucción ambiental por deforestación, contaminación debido a residuos industriales y urbanos, minería a cielo abierto, monocultivo extensivo, el avance de la desertificación, extracción de hidrocarburos, entre otros, que afectan asimismo recursos vitales para los pueblos, como son el agua dulce y provisión natural de alimentos, especialmente entre los más pobres.

3. Los estilos de vida predominantes en una parcela de la humanidad, de consumo desmedido, conllevan a un desequilibrio entre la creciente demanda de recursos naturales, renovables y no renovables, y la disponibilidad de la tierra -junto al riesgo de aniquilación de la biodiversidad- así como también, el agotamiento de energías de bajo costo que amenazan el desenvolvimiento de las sociedades en el mediano plazo. Diversas catástrofes ambientales sobre el planeta, tanto naturales como antropogénicas, en las últimas décadas dan prueba de ello. Asimismo estas catástrofes -tal como el calentamiento global y sus efectos de fenómenos meteorológicos severos en el contexto de cambio climático (sequías, inundaciones, tormentas, etc.) [2] y la contaminación de aguas y suelos, debido a la producción irresponsable, entre otras- y el despojo forzado de territorio provocan la ocurrencia de numerosos desplazados y refugiados ambientales que genera aún más pobreza.

4. Unido a ello, la actividad económica predominante en las culturas tecnológicamente desarrolladas, bajo la lógica de la eficiencia, maximización de la ganancia en pocas manos y socialización de la pérdida, se caracteriza por el olvido de la dimensión sagrada y espiritual de la naturaleza -como parte de la creación amorosa de Dios fuente de Vida- y de la gratuidad de los bienes y servicios ofrecidos por ella (Cf. CIV 37). Se evidencia la falta de responsabilidad en el manejo de las fuentes de energía y recursos naturales que se van agotando bajo patrones de producción y consumo insustentables que no asumen los costos ambientales presentes que terminan siendo pagados por los pobres y ponen en peligro la supervivencia de generaciones presentes y futuras [3].

5. Frente a esta realidad, reafirmamos nuestra fe en un Dios Creador amoroso de todo lo existente, que es el único Señor de la tierra (Cf. Sal. 23, 1-2). Él ha encomendado esta creación a los seres humanos, semblantes de las cualidades de su Creador, para su guarda y su cultivo (Cf. Gn. 2,15). En esto se sustenta el principio del destino universal de los bienes. De ello se deriva la lógica del don y la gratuidad que ha de regir las relaciones y actividades humanas, entre ellas, la económica, bajo la forma de un uso responsable de los ambientes con el fin de promover y garantizar el bien común para todos los seres humanos así como la Belleza, la Bondad y la Verdad presentes por doquier en el don de la Creación (CIV 50, 51).

6. Como seguidores creyentes de Jesucristo, que en su camino por la historia unió el Cielo y la Tierra restaurando la sacralidad de lo creado, aprendemos que la creación es camino hacia Dios a través de los consejos evangélicos de justicia, paz y reverencia. Aunque hoy por hoy es evidente que ella está afectada por el pecado que la introdujo en un proceso de sufrimiento comparable a los dolores de un parto, sin embargo la creación conserva la esperanza de participar de la gloriosa libertad de los hijos e hijas de Dios. Esta esperanza nos anima y se fundamenta en la fuerza activa del Espíritu Santo presente en cada ser humano que espera la redención (Cf. Rom. 8, 18-25). Para ello es necesario tomar conciencia de la singularidad de la persona humana en relación armónica con la creación y su Creador, encauzando una nueva espiritualidad cósmica que recupere una sana convivencia con la naturaleza. Promover la conversión ecológica nos permitirá caer en la cuenta del valor intrínseco de la creación en la economía global de salvación obrada por Dios Padre creador en Jesucristo (Cf. DA).

7. Ante estos desafíos de la realidad en nuestro continente, necesitamos recuperar la actitud contemplativa. Es nuestra tarea ayudar a despertar en las personas y comunidades una conciencia sensible al cuidado responsable de la naturaleza, como lugar sagrado que provoca sensiblemente el descubrimiento de Dios para nosotros y las generaciones futuras. Junto a los hombres y mujeres de la tierra, el territorio, los ambientes naturales en ellos ubicados y la respectiva biodiversidad, son todos aspectos intrínsecamente unidos al don de la creación que Dios posibilita y sustenta para el desarrollo integral de la persona humana y de los pueblos de todos los tiempos.

8. Esto nos impele a la preservación de las cualidades que garantizan la prolongación vital y la riqueza de la biodiversidad en la tierra. Para ello todas nuestras tareas eclesiales, catequesis, predicación, celebraciones y demás actividades pastorales, técnicas, académicas y profesionales, deben orientarse a privilegiar la conversión ecológica como dimensión integral de la fe. Asimismo se deben favorecer experiencias de la fraternidad cósmica en contacto con Dios Creador, en la dinámica que animó a San Francisco de Asís, patrono de la ecología. La espiritualidad popular, la oración personal y comunitaria, las celebraciones litúrgicas inculturadas, y la profunda vivencia de los sacramentos en clave ecológica, son lugares privilegiados para experimentar la acción del Espíritu de Dios y la iniciativa gratuita de su Amor (Cf. DA 263).

9. En este sentido, constatamos la necesidad de conocer mejor y acoger la sabiduría milenaria de los pueblos indígenas de nuestro continente; sobre todo de su experiencia de fe que nos permite aprender de su relación de armonía y comunión con Dios, los seres humanos, la naturaleza y los demás seres de la creación. Esto supone cultivar la actitud contemplativa frente a los bienes de la creación como don de Dios.

10. Como Iglesia profética, consideramos que es urgente priorizar una economía de las necesidades humanas que sea justa, solidaria y recíproca (Cf. CIV 35), y de políticas de desarrollo humano integral que respeten el derecho de los pueblos y preserven las cualidades vitales de los ambientes naturales. Para ello es necesario denunciar el impacto negativo de los megaproyectos económicos y de infraestructura, así como promover y exigir el monitoreo empresarial, estatal y civil, esclareciendo las situaciones ilegales e inmorales. Nos urge encontrar mecanismos de incidencia en los poderes públicos nacionales e internacionales en defensa de los derechos humanos.

11. Tanto en nuestras comunidades locales, dentro del marco de la misión continental de la Iglesia en América Latina y El Caribe, y especialmente en la familia, iglesia doméstica, es tarea promover una cultura de la austeridad/sobriedad, sencillez y alegría como alternativa saludable, ecológica, tanto individual como colectiva, a través de la producción orgánica, eco-amigable, y el consumo responsable, el reciclado, el uso adecuadamente aprovechado de bienes, y la educación por el respeto de la naturaleza que posibilite condiciones presentes de justicia social y la vida de las generaciones futuras (Cf. CIV 51).

12. Finalmente reconocemos que el cultivo de la actitud contemplativa, como camino de conversión personal que descubre a Dios presente en cada creatura, no es tarea fácil pero es esencial para una auténtica sanidad personal y ecológica. Este proceso de cambio de mentalidad de la cultura dominante requiere que se favorezcan experiencias de Dios como único Bien, irresistible, supremo, frente a otras ofertas superfluas de la economía consumista. Por tanto, debemos crear o facilitar espacios eclesiales dentro de nuestras grandes urbes que nos permitan redescubrir el paso de Dios en la creación, a través del contacto directo con la naturaleza y el sufrimiento humano, lo cual será piedra de toque de nuestra pequeñez y vulnerabilidad.

A la Virgen María, Nuestra Señora de Guadalupe, fiel discípula del Señor y guardiana de los dones de Dios, encomendamos el cuidado maternal de los bienes de la creación. Con ella y como ella nos hacemos testigos portadores del Amor de Dios que se manifiesta en la entera creación, para la vida de toda la humanidad, especialmente los más pequeños amados de Dios.

NOTAS:
[1] Cf. The International Union for Conservation of Nature (IUCN), Global Biodiversity Outlook 3, Montreal (2010), 93p. (http://www.iucn.org). [2] Cf. IPCC, 2007: Intergovernmental Panel on Climate, Climate Change 2007: The Physical Science Basis. Third assessment report: Contribution of Working Group I. Solomon, S., D. Qin, M. Manning, Z. Chen, M. Marquis, K.B. Averyt, M. Tignor and H.L. Miller (eds.): Cambridge University Press, Cambridge, United Kingdom and New York, NY, USA, 996 pp. [3] Cf. Cf. World Watch Institute, Green Economy Program, (http://www.worldwatch.org/programs/global_economy).

sábado, 28 de agosto de 2010

Observador de Apariencias

Evangelio del domingo XXII del tiempo ordinario (Lucas 14, 1.7-14)

Sucedió que un sábado Jesús fue a comer a casa de un jefe fariseo, y otros fariseos lo estaban espiando. Al ver Jesús cómo los invitados escogían los asientos de honor en la mesa, les dio este consejo: cuando alguien te invite a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, pues puede llegar otro invitado más importante que tú; y el que los invitó a los dos puede venir a decirte: "Dale tu lugar a este otro". Entonces tendrás que ir con vergüenza a ocupar el último asiento. Al contrario, cuando te inviten, siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te invitó, te diga: "Amigo, pásate a un lugar de más honor." Así recibirás honores delante de los que están sentados contigo a la mesa. Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido.
Dijo también al hombre que lo había invitado:
- Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; porque ellos, a su vez, te invitarán, y así quedarás ya recompensado. Al contrario, cuando tú des un banquete, invita a los pobres, los inválidos, los cojos y los ciegos; y serás feliz. Pues ellos no te pueden pagar , pero tú tendrás tu recompensa el día en que los justos resuciten.

No sólo se fijaba en los lirios del campo, en los pájaros del cielo, sino que también Jesús era un profundo observador de la conducta humana: los niños sencillos y sin doblez, las viudas que dan todo lo que tienen, los pecadores que en el fondo tienen un corazón abierto al perdón y al arrepentimiento... y también se fijará el Señor en los aparentes, en los que van por la vida de reclamo y de etiqueta.

Estaba invitado en casa de uno de los fariseos un sábado. Tanto Él como los demás, todos se observaban mutuamente en aquél convite. ¿Qué vio Jesús? Que la gente se apuntaba a los primeros puestos, para salir en la foto de sociedad del lugar, para estar en la boca de los otros y sentirse en la pasarela del influjo y del renombre.

Jesús hablará siempre de la verdad, y por la verdad morirá, y de la verdad se autodefinirá. Jamás de la apariencia. Porque la apariencia es siempre una mentira, más o menos camuflada, más o menos fomentada y querida. Ser lo que en el fondo no se es, dar el pego y el camelo, aparecer tras el truco y la careta, jugar al eterno carnaval. Una persona así, que vive la vida desde su disfraz particular (importa poco que tal disfraz sea ideológico, cultural, económico... o incluso religioso), es una persona vendida a sí mismo, a sus pretensiones; una persona esclava de sus propias cadenas, y por eso inhábil para la libertad y para la sencillez.

«Cuando os inviten a una boda -decía el Maestro-, no busques el primer puesto» (Lc 14,8). No sólo por el soponcio que puede suponer después el que el acomodador te saque de tu podium, y te devuelva a tu cruda realidad, sino porque quien tiene pretensiones indebidas, quien va de "trepa" y de capta-portadas, es difícil que comprenda su dignidad, y la de los demás, cuando tan ocupado anda en su apariencia.

San Francisco lo dirá con su proverbial sencillez: «Somos lo que somos ante Dios, y nada más» (Admonición 19). Sólo quien ha experimentado la libertad de ser y de querer ser lo que somos ante los ojos de Dios, sólo ése puede entender a Jesús. Son los ojos del Señor los que nos guían en la senda verdadera, los que nos mueven a reemprender el camino siempre que nos cansamos de andar, los que nos desvían cuando se tuercen nuestros pasos, los que se hacen luz y gracia para caminar. Los ojos de los demás tantas veces ven poco, o ven mal, turbiamente quizás. Los ojos de Dios, no engañan nunca, no humillan nunca, alumbran sin deslumbrar. Feliz el que vive así, sencillamente, porque experimentará lo que es vivir en la paz, en la libertad, sin ansias devoradoras, sin poses hipócritas, sin trucos ficticios... siendo ante uno mismo y ante los otros, lo que somos ante Dios.

Redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm.

viernes, 20 de agosto de 2010

La lista de Cristo

Evangelio del domingo 22 de agosto, XXI del tiempo ordinario (Lucas 13, 22-30) 

"En su camino a Jerusalén, Jesús enseñaba a los pueblos y aldeas por donde pasaba. Uno le preguntó:
- Señor, ¿son pocos los que se salvan?
Y él les contestó:
- Procuren entrar por la puerta angosta; porque les digo que muchos querrán entrar, y no podrán. Después que el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, ustedes, los que están afuera, llamarán y dirán: "Señor, ábrenos. Pero él les contestará: "No sé de dónde son ustedes. Entonces comenzarán ustedes a decir: "Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras calles. Pero él les contestará: "No se de dónde son ustedes. ¡Apártense de mí, malechores!" Entonces vendrán el llanto y la desesperación, al ver que Abraham, Isaac, Jacob y todos los profetas están en el reino de Dios, y que ustedes son echados fuera. Porque va a venir gente del norte y del sur, del este y del oeste, para sentarse a comer en el reino de Dios. Entonces algunos de los que ahora son los últimos serán los primeros, y algunos de los que ahora son los primeros serán los últimos."
Recuerdo una viñeta ya hace unos años del genial Antonio Mingote: se presen­taba a dos señoras muy peripuestas que comentaban: "al final nos salvaremos... las de siempre". Pero ¿quiénes son los de siempre? Y ¿son ellos realmente los que se salvarán? ¿Por qué causa y razón? Son las preguntas que laten en el Evangelio de este domingo, cuando un espontáneo seguidor de Jesús le pregunte al Maestro: "Señor, ¿serán pocos los que se salven?" (Lucas 13,23). Jesús pone un ejemplo, y con notable ironía se presenta al típico creyente "de siempre", al "de toda la vida", que vuelve a casa después de su última correría, dando por descon­tado que todo vale para entrar por la puerta grande..., con tal que no te vean.

Pero, hete aquí, que la tal puerta grande, la de la religión a la carta, no coincide con el acceso ofrecido por Jesús. Él habla más bien de una puerta estre­cha, en la que para entrar hace falta dar con ella y luego caber por ella dejando que Otro te adentre por pura gracia, por regalo inesperado e inmerecido.

Ciertamente, no basta ser paisano del Señor, colega suyo, ser del barrio, como parece desprenderse de la parábola de este Evangelio, que es en el fondo una aguda crítica a la actitud de algunos judíos, los cuales pensaban que la sal­vación era algo relacionado no con la vida de cada uno sino con el pasaporte o la nacionalidad: como eran judíos, como tenían el pasaporte del pueblo escogido... entonces valía todo.

"Señor, ábrenos, somos los de tu barrio, los de tu pueblo, los de tu grupo..."; y Él respondió: "no os conozco". Y ellos volverán a la carga: "pero ¡si hemos comido contigo, si hemos paseado por las mismas plazas, si somos tus paisanos!". Y Él insistirá: "no sé de dónde venís, ni a dónde ibais, porque podemos pasar por la misma plaza, pero venir de lugares muy distintos y, sobre todo, encaminarnos a sitios muy diferentes... no os conozco". ¡Tremenda frase en labios de Jesús!

Esta reflexión no es sólo válida para aquel entonces para los judíos, sino que también hoy para nosotros los cristianos, este Evangelio es un alda­bonazo: nos salvamos si entramos en el camino de Jesús, si pisamos sus huellas, si amamos lo que Él amó y como Él lo hizo, si tenemos al Padre y a los hermanos muy dentro de nuestro corazón, si nuestra vida tiene sabor a bienaventuranza. Solamente entonces, nos sentaremos a la mesa del Reino de Dios, aunque hayamos venido más pronto o más tarde, aunque seamos de oriente u occidente. El nuevo pueblo de Dios, la Santa Madre Iglesia, no tiene pasaporte aunque tiene identidad, no vive de rentas aunque tiene historia. La gracia del Señor, nos hace ligero el equipaje, ágil el andar, y sobre todo Él mismo se hace para no­sotros el camino y el compañero caminante. Entremos por su puerta, pues la hizo para nuestra pequeñez, según la medida de su misericordia.

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm

jueves, 12 de agosto de 2010

La paz de Jesús

Domingo XX del Ciclo Ordinario, Ciclo C. Lc 12,49-53

"Yo he venido a prender fuego en el mundo; y ¡cómo quisiera que ya estuviera ardiendo! Tengo que pasar por una terrible prueba, y ¡cómo sufro hasta que se lleve a cabo! ¿Creen ustedes que he venido a traer paz a la tierra? Les digo que no, sino división. Porque de hoy en adelante, cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres. El padre estará contra su hijo y el hijo contra su padre; la madre contra su hija y la hija contra su madre; la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra."

Podríamos pensar que el evangelio se contradice pues en unas partes invita a hacer la paz y en esta dice Jesús no ha venido a traer paz sino guerra.

En muchos momentos los evangelistas nos presentan a Jesús como un hombre pacífico y gestor de paz. En el nacimiento, Lucas presenta a Jesús como una gran noticia para toda la humanidad, en especial para los pobres (representados en la figura de los pastores). Noticia que traerá la paz a los hombres de buena voluntad (Lc 2,12). En su ministerio Jesús envió a los primeros discípulos a anunciar el Reino y les pidió que saludaran con la paz (Mt 10,12-13/ Lc 10,5-6). Además los invitó a ser sal y a vivir en paz unos con otros (Mc 9,50). Muchas veces después de un encuentro sanador con alguna persona, la despedía con estas palabras: “Tu fe te ha salvado, vete en paz” (Lc 8,48 / Mc 5,34). En la resurrección saludó a sus discípulos con la paz: “La paz sea con ustedes” (Jn 20,10.21.26 / Lc 24,36)

Pero en el evangelio que hoy leemos pareciera que la cosa fuera totalmente distinta. ¿Piensan que viene a traer tranquilidad al mundo? Les aseguro que no: yo vine a traer divisiones. De ahora en adelante, si hay cinco en una familia, se pondrán tres de una parte y dos de la otra. Estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.” (Lc 12,51-53)

El Cuarto Evangelista nos puede ayudar a entender mejor esta situación. “Mi paz les dejo, mi paz les doy, pero no como la da el mundo” (Jn 14,27). Aquí está muy claro. La paz de Jesús no es la paz de los cementerios. No es la paz de quien dice: “déjenme en paz”, “déjenme tranquilo”, “no me metan en problemas”, “yo no fui”… La paz de Jesús no es como la paz del mundo. Específicamente la paz de Jesús no tiene nada que ver con la política de “Pax Romana”. La política de la Pax romana consistía básicamente en la pacificación del imperio con la fuerza de las legiones (batallones muy entrenados y armados). Buscaba que todo el imperio con sus colonias aceptara la voluntad del emperador y trabajara para los hombres libres. En síntesis, un montón de esclavos debían trabajar para unos cuantos ciudadanos libres sin alguna manifestación insurrecta, pues esta era inmediatamente pacificada por las tropas imperiales.

La paz de Jesús viene como consecuencia de todo un proceso de liberación a nivel personal y comunitario (Lc 4,18-28). La paz de Jesús viene como una consecuencia del Reinado de Dios (Mc 1,14-15), que es totalmente opuesto al reinado del César (Mt 22,15-22) y al de todas las fuerzas desintegradoras del ser humano (Mt 10,1-16 / Mc 6,6-13 / Lc 9-10). Por eso la paz de Jesús muchas veces implica entrar en conflicto con los generadores de violencia e injusticia. Entrar en conflicto no significa actuar con violencia. Jesús rechazó de plano la violencia e invitó a construir el Reino con medios pacíficos.

No se trata de que Jesús haya impulsado la guerra para que después, sobre las cenizas, se construyera la paz, como suelen entenderlo algunos defensores de la violencia. “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”, afirman quienes justifican la combinación de todas las formas de lucha, incluida la violencia, para alcanzar los cambios sociales, o para mantener un statu quo. Se entra en conflicto no porque se busque este como tal, sino porque se construye la justicia en una sociedad estructuralmente injusta. Se entra en conflicto porque las fuerzas que mantienen oprimidas a las personas, tanto ayer como hoy, son muy fuertes y quien quiera impulsar la liberación de los oprimidos (Lc 4,18) encontrará obstáculos. Jesús entra en conflicto no porque haya sido un hombre conflictivo, sino porque su coherencia ética y su libertad profética chocaron con un sistema que se sostenía fundamentalmente con el poder y el dinero, elementos cuestionados radicalmente por Jesús.

Jesús entró en conflicto porque buscó que la humanidad, empezando por su grupo de amigos, se organizara no con la fuerza del poder y el dinero, sino con la fuerza del amor y el objetivo del servicio (Jn 13 / Mc 10,41-45). Porque buscó una humanidad organizada de otra forma, de tal manera que el poder y el dinero no fueran patrimonio de unos pocos, sino que sirvieran para hacer realidad una sociedad más humanizada y solidaria. Jesús entró en conflicto porque su proyecto chocaba con una sociedad sustentada con el derecho romano, que exaltaba a los poderosos y legitimaba la apropiación de la tierra y de las vidas humanas (la esclavitud). Jesús entró en conflicto porque chocó directamente con Roma y sus aliados, los Sumos Sacerdotes, los ancianos, los escribas y saduceos, y el resto de personajes conformes con esa sociedad romanizada. Por eso lo mataron colgándolo de un madero, muerte que propinaron los romanos desde el año 63 a.C. hasta el año 66 d.C., a los rebeldes políticos, según lo afirma Flavio Josefo, historiador judío del siglo I d.C.

Las primeras comunidades cristianas que fueron fieles a la enseñanza de Jesús, entraron en el mismo conflicto de su maestro. Además, entraron en conflicto hasta con su misma familia porque con la reforma farisea, dada después de la guerra judía (66-70 d.C), todo aquel que fuera cristiano, era expulsado de la sinagoga, de la comunidad y hasta de su propio hogar. Por eso seguir a Jesús, implicaba entrar en conflicto con todo un sistema social y hasta con los miembros de su misma casa. Jesús, para los judíos ortodoxos, seguía siendo considerado un falso profeta que mereció la ignominiosa muerte de la cruz, y todo aquel que lo siguiera debía ser rechazado.

La paz de Jesús no es sólo ausencia de conflicto. Es más, aún en medio del conflicto por su causa, se puede vivir en paz: “Les he hablado de estas cosas para que tengan paz en mí. Ustedes encontrarán la persecución en el mundo. Pero ánimo, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).

¿La paz que nosotros buscamos es la paz de Jesús? Aparte de rezar por la paz de nuestros pueblos y del mundo entero, ¿somos personas comprometidas con la construcción de la justicia y la paz, con medios no violentos? ¿Pienso que como creyentes debemos estar alejados de todo conflicto y buscar nuestra paz en “cristo”, sin importar que el mundo se venga abajo? ¿Qué papel juegan Jesucristo y su causa en mi vida, y qué papel juego yo en este mundo? ¿Puedo decir sin sonrojarme y sin engañarme, que soy un discípulo de Jesús en el hoy de mi historia? ¿Creo en el Jesús comprometido que arriesga su vida y su seguridad personal para defender la vida y la dignidad humana?, o ¿prefiero el “Jesucristo Light”, en el hombre superestrella, que nos presenta la religión “autoayuda” de mercado y los predicadores mediáticos?

Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com

sábado, 7 de agosto de 2010

Compartir solidario

Domingo 19 del tiempo Ordinario, Ciclo C. Lc 12, 32-48

"No tengan miedo, ovejas mías; ustedes son pocos, pero el Padre, en su bondad, ha decidido darles el reino. Vendan lo que tienen, y den a los necesitados; procúrense bolsas que no se hagan viejas, riqueza sin fin en el cielo, donde el ladrón no puede entrar ni la polilla destruir. Pues donde esté la riqueza de ustedes, allí estará también su corazón.
Sean como criados que están esperando a que su amo regrese de un banquete de bodas, preparados y con las lámparas encendidas, listos a abrirle la puerta tan pronto como llegue y toque. Dichosos los criados a quienes su amo, al llegar, encuentre despiertos. Les aseguro que el amo mismo los hará sentarse a la mesa y se dispondrá a servirles la comida. Dichosos ellos, si los encuentran despiertos aunque lleguen a la medianoche o de madrugada. Y sepan ustedes esto: que si el dueño de una casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría que nadie se metiera en su casa a robar. Ustedes también estén preparados; porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperen.
Pedro le preguntó:
- Señor, ¿dijiste esta parábola solamente para nosotros, o para todos?
Dijo el Señor: Quién es el mayordomo fiel y atento, a quien su amo deja encargado de los de su casa, para darles de comer a su debido tiempo? Dichoso el criado a quien su amo, cuando llega, lo encuentra cumpliendo con su deber. De veras les digo que el amo lo pondrá como encargado de todos sus bienes. Pero si ese criado, pensando que su amo va a tardar en llegar, comienza a maltratar a los otros criados y a las criadas, y se pone a comer, a beber y emborracharse, el día que menos lo espere y a una hora que no sabe, llegará su amo y lo castigará, condenándolo a correr la misma suerte que los infieles.
El criado que sabe lo que quiere su amo, pero no está preparado ni lo obedece, será castigado con muchos golpes. Pero el criado que sin saberlo hace cosas que merecen castigo, será castigado con menos golpes. A quien mucho se le da, también se le pedirá mucho; a quien mucho se le confía, se le exigirá mucho más."

La cara dura que en ocasiones nos muestra la vida, nos lleva a que muchas veces vivamos con miedo a perder y a ser derrotados. A que nos convirtamos en seres individualistas, mezquinos y egoístas, lobos los unos para los otros. La situación de la gente en el tiempo de Jesús y la de las primeras comunidades cristianas, específicamente la situación de las comunidades para las cuales Lucas escribió su Evangelio, era muy difícil. La dureza se había concretado en la pobreza extrema, con todo lo que ello encierra.

El Evangelio que hoy leemos empieza con una invitación de Jesús a derrotar el miedo que no nos deja crecer y a enfrentar la vida con la confianza puesta en el Dios que nos ama y nos da su Reino. “No tengan miedo, ovejas mías; ustedes son pocos, pero el Padre, en su bondad, ha decidido darles el reino." Estas palabras tiernas de Jesús son preferidas de Lucas quien escribió para una comunidad de pobres, conciente de su pequeñez e impotencia frente a los poderosos de su tiempo, pero fortalecida con el amor de Dios que la conducía hacia la dignificación de su humanidad maltratada.

En medio de la más dura crisis por la que pasaban, el evangelio los invitó a vencer el miedo a perder, y a compartir solidariamente con los demás. Recordemos que fue precisamente el compartir solidario y organizado, lo que hizo posible el milagro de la multiplicación de los panes (Lc 9,12-17). Cuando se trabaja comunitariamente y se comparte solidariamente, alcanza para todos y sobra.

El hombre postmoderno, capitalista e individualista, es víctima de su propio invento. Su afán de lucro y acumulación de bienes no se ha traducido en felicidad; por el contrario, ha aumentado más su sed insaciable de tener más y más. Con este fin ha sacrificado todos los valores y hasta su misma vida, en el altar de los templos postmodernos: los centros comerciales. Con este fin muchos hombres explotan, invaden, declaran guerras, trafican y desplazan personas, destruyen la vida. Se adueñan de grandes extensiones de tierra, logran grandes y envidiables capitales, construyen imperios económicos, pero no son felices. Porque el poseer y el consumir egoísta no da la felicidad. Por el contrario, produce ansiedad, depresión, neurosis, vacío existencial, injusticias, terrorismo, más miedo y más dolor para todos.

Necesitamos mantener la cintura ceñida y las lámparas encendidas. (v. 35). Este es un hermoso signo de fe y esperanza en medio de la lucha por una vida digna. Este versículo también hace referencia simbólica a la celebración de la pascua judía, cuando los israelitas salieron de Egipto y emprendieron la gran aventura utópica de conseguir la libertad: "Ya vestidos y calzados, y con el bastón en la mano, coman de prisa el animal, porque es la Pascua del Señor" (Ex 12,11).

Enfrentar la vida con la serenidad de un rebaño cuidado por un buen pastor y de un hijo en los brazos de su madre. Pero con la cintura ceñida y las lámparas encendidas, con el compromiso siempre firme de trabajar decididamente por el Reino de Dios y su justicia y de administrar fielmente los dones que Dios nos dio y nos sigue dando cada día.

Scalando : Misioneros Redentoristas